La taza de Mucientes, el Guarda de fiel medidor y la correduría del vino

En el “Inventario general de los bienes que posee Mucientes y que constituyen el patrimonio del mismo” (1930), aparece con el nº 78 “una taza de plata de dos asas que se usaba para enseñar vinos”. Este singular objeto era el símbolo material de la «Correduría del vino», un oficio ya perdido ejercido por un “corredor» que, básicamente, consistía en poner en contacto a los cosecheros locales con compradores forasteros demandantes de mostos, vinos y vinagres.

Semanas antes, el corredor del vino había ganado en subasta pública el derecho a ejercer ese oficio durante un año, pagando al ayuntamiento la cantidad ofrecida en la última postura. Cuando el subastador remataba el concurso y pronunciaba la fórmula: “buen provecho le haga al postor”, el adjudicatario recibía la taza. El recipiente sería utilizado durante todo su mandato para dar a probar los caldos y, sobre todo, para que –aprovechando los reflejos interiores del metal– el cliente comprobara el color y limpieza del vino, cualidades imposibles de percibir en los vasos cerámicos.

La taza de Mucientes –que se conserva– es de forma octogonal, con dos prominentes asas en forma de voluta. Fue fabricada en plata, con un diámetro medio de 94 milímetros y un peso de 305 gramos. Recorriendo toda la panza de la pieza se lee la inscripción: “la mandó hacer Juan Mongín y Diego Zalama ánimas de Mucientes. Año de 1824”. Sin embargo, pese a la claridad de la fecha grabada, el historiador Carlos Duque afirma que por su tipología “la taza bien podría haberse fabricado al menos un siglo antes”. En esa misma línea, otros estudiosos han apuntado la posibilidad de que la pieza fuera adquirida por Zalama y Mongín ¿Mongil? en almoneda, procedente de los bienes eclesiásticos desamortizados en el trienio liberal (1820-23).

La referencia a las “Ánimas de Mucientes” –curiosa leyenda en un objeto de uso civil–, dejaba constancia del compromiso de entregar a la cofradía homónima parte de lo recaudado, con el objetivo de celebrar misas que rescataran almas del Purgatorio.

Un monopolio municipal

Durante casi tres siglos y medio, Mucientes fue titular del derecho a cobrar impuestos por la exportación de productos alimenticios producidos en el pueblo, entre ellos los derivados vinícolas. El 1 de julio de1614, el concejo había comprado a Pablo de Ávila, en virtud de la comisión dada por el rey Felipe III, los derechos del “Guarda del fiel medidor», teniendo lugar la misma en 1615 con un importe de 20.000 maravedís. El acuerdo fue confirmado en sentencia de vista y revista los días 4 y 11 de noviembre de 1665, con ejecutoria de 15 de diciembre. El 1 de abril de 1714 sería nuevamente confirmado, por Felipe V. En 1785 se lee: «Puede gozar de los explicados derechos […]  poder llevar 4 mrs. en cada arroba de vino, vinagre y aceite».

Con esta compra, la villa realizaba una inversión a largo plazo con la que obtener beneficios anualmente, al hacerse titular de un monopolio hasta entonces controlado por la Corona, que ingresaba rentas procedentes de los oficios denominados “correduría”, “almotacenía” o “cuarto de fiel medidor”. Se convirtió en una de las principales fuentes de financiación, pues si en 1831 los ingresos de los Propios eran de 5.973 reales, la correduría y fiel medidor supusieron 1.505 rs., el 29%. En 1835, los 1.700 rs. de la correduría alcanzaron el 31% del presupuesto total.

El guarda de fiel medidor se ocupaba de velar y garantizar la exactitud en las medidas y pesos «en cada una de las urbes que los disfrutaban, pudiendo actuar sobre diversos productos”. Los corredores “intervienen en los ajustes del vino y los que deben facilitar el despacho y venta de ellos a la mayor conveniencia y utilidad del cosechero […dando] de probar a los arrieros de aquella cuba o cubas que le señalasen» (Ordenanzas de Aranda de Duero, 1783). Si en las grandes comunidades había diferencia entre corredor y fiel medidor, en las más pequeñas, como es el caso de Mucientes, ambas funciones eran coincidentes.

Anuncio de subasta de la Taza en el acta de 1 de octubre de 1922 (AMMuz)

El ayuntamiento no explotaba directamente la Guarda, el oficio era adjudicado a un particular, a cambio de que éste pagara al consistorio una cantidad determinada. El beneficiado adquiría el derecho a cobrar una tasa a los compradores llegados de fuera. 

Anuncio de la subasta para el ejercicio de 1902, publicado en el BOPVa, 13.11.1901, p.3

Como se ha dicho, la fórmula de adjudicación era la subasta pública, a la que podía concurrir cualquier interesado. El control de la subasta corría a cargo de la Junta de Propios. Inicialmente, la fórmula elegida era la puja a la baja, donde si ningún postor ofrecía la cantidad mínima inicial, se iban rebajando las condiciones. Con el tiempo se modificó el sistema optando por las pujas “a la llana”, es decir, en vivo y siempre al alza. En cada nueva postura el subastador preguntaba: “¿hay quien la mejore?”, hasta declarar firme la última oferta pronunciado “tres buenas”.

Aunque la documentación conservada apenas aporta información de los resultados finales de las subastas, sí hay algún ejemplo: en 1825 Justo Bastardo se comprometía a sacar la corambre “embarada” fuera de las bodegas, y cobrar dos cuartos por cada cántara de vino, mosto y vinagre, pagando mensualmente la parte correspondiente al remate de la correduría. 

En 1889 ya aparece en los libros de actas la mención a la Correduría como “La Taza”. La última referencia en los acuerdos de pleno es del año 1945, con un precio de salida de 3.000 pesetas (18€).

La convocatoria de subasta en el acta de 21 de octubre de 1945 (AMMuz)

Otras localidades

El libro de los Herederos del vino de la ciudad de Valladolid señala en 1598: “q. aya corredores de vino … dos corredores de bino que por no los aver los arrieros y otras personas que de fuera parte bienen a comprarlo no lo hacen y pasan adelante a buscarlo a otras parte de lo qual se siguira gran bien y beneficio a los dichos herederos” (AHPVa., SH., 245, f. 16v.).

Desde finales del siglo XVI y a lo largo del XVII, durante el reinado de los Austrias, fueron numerosas las rentas de la Corona que se vendieron a los municipios. En la provincia de Valladolid muchos concejos compraron oficios relacionados con el vino: Nava del Rey, en 1589, entregando al Fisco Real 24.000 rs., y otros 41.000 rs. en 1672; Pesquera de Duero en 1615; Entre 1614-16, Cigales se hizo con los oficios de fieles de hacer posturas y rentas, haber del Peso Mayor del Concejo y oficio y renta de la Correduría y Mostería del vino, y oficio de corredor de ganado y cuatropea, y bienes muebles y raíces; en 1616, Piñel de Abajo y Valladolid, que pagó a la Corona 8.000 ducados; Rueda en 1672 entregando 21.500 rs. Y así podrían citarse a Medina de Rioseco, Rueda, Medina del Campo, Rodilana, Pozaldez, Tordesillas, Padilla de Duero, Curiel, Fuensaldaña, Trigueros del Valle, Simancas, Mojados… 

En inicio los corredores cobraban una cantidad fija en función del precio de venta, sobre el que se imponía un tanto por ciento. En el siglo XVIII la situación cambió, exigiéndose en cada localidad diversos gravámenes. Cada municipio establecía en sus propias Ordenanzas y las rentas se englobaban dentro de las de Propios.

La entrega de parte de lo recaudado a la cofradía de Ánimas no fue una singularidad de Mucientes, otros municipios tenían la misma costumbre, en el vecino Cigales, por ejemplo, los “taceros” se obligaban a dar cinco céntimos por concepto de Ánimas. 

La mayor parte de los datos publicados proceden del libro “Vino, lagares y bodega” (Carlos Duque, 2006)

Felipe Panedas. Mucientes, 10.2.2023

«El tonel de las Danaides», una obra no catalogada de Luciano Sánchez Santarén

En julio de 2022, apareció en el mercado del arte una pintura anunciada como Las hijas de Jetró sacando agua del pozo de Madián, del pintor vallisoletano Luciano Sánchez Santarén (Mucientes, 1864 – Valladolid, 1945). Se trataba de un óleo sobre lienzo, de 34 x 54 cm, que la Casa Ansorena sacaba a subasta, procedente de una colección privada de Madrid.

La obra, no catalogada hasta ahora en ninguno de los estudios publicados sobre el artista, fue de inmediato relacionada por Jesús Urrea con el dibujo El tonel de las Danaides o Belides, un pequeño apunte a lápiz titulado por el propio Santarén, firmado (L.S.S.) y fechado en marzo de 1888 (ver) . Por tanto, el asunto retratado no respondería al relato bíblico del Éxodo [2:16], con Moisés defendiendo a las hijas del sacerdote Jetró (o Reuel), sino más bien al mitológico episodio griego donde las hijas del rey Dánao penaban echando agua en un barril sin fondo.

Ya con el cuadro a la vista, el texto –apenas legible– de una nota manuscrita adherida al dorso del lienzo, confirmaría el diagnóstico del profesor Urrea: “El tonel de las Danaides / o Belides / 50 hijas de Danao Rey de Argos / casaron con 50 hijos de Egip / hermano de Danao por la noche / de las bodas 49 novias mataron / a sus respectivos maridos. Por / este delito fueron condenadas / a llenar de agua una cuba / sin fondo / Luciano Sanchez Santarén”.


Santarén pintó el cuadro cuando tenía 24 años. Desde 1882 vivía en Madrid, matriculado en la Escuela especial de Pintura, Escultura y Grabado. Es probable que esta obra fuera un ejercicio académico de “Pintura de historia”, tal vez para optar a una de las medallas o de los concursos con dotación económica que anualmente convocaba la Escuela.

Felipe Panedas. Mucientes, 16.01.2023

Bula papal de 1704 otorgada a la ermita de Santa María de la Vega, de Mucientes

La envergadura de las obras acometidas a lo largo del siglo XVII y principios del XVIII en el templo dedicado a la Virgen de la Vega, patrona de Mucientes, supusieron la práctica desaparición del edificio románico mencionado en un documento de 1114, edificando sobre sus restos una nueva fábrica. El visitador anotará en el libro de 1700 que la ermita «se ha reedificado de nuevo y al presente continua en su obra». Aquel edificio, completamente restaurado en 1986/87, es el que ha llegado a nuestros días

Mal que bien, el templo cubría sus gastos con ingresos de variada procedencia: censos y donaciones de la parroquia y del Concejo, limosnas y mandas testamentarias de fieles, cuestaciones de las «demandantas», aportaciones de las cofradías que tenían allí su sede (Santa Lucía, Pastores, Labradores), venta de ovejas, carneros y lana del rebaño propiedad de la ermita, préstamos ocasionales, etc.

En un intento de obtener nuevos ingresos y -desde luego- de salvar nuevas almas, se consigue de Clemente XI una Bula pontificia de indulgencia, dada en Roma el 30 de junio de 1704. El Papa otorga a favor de «la ermita llamada de santa María de la Vega, situada fuera de la villa de Mucientes» la concesión de indulgencia plenaria a los fieles que –con determinadas condiciones– visiten la iglesia «desde las primeras vísperas hasta la puesta de sol» en el día de la Asunción. Curiosamente, la parroquial de san Pedro poseía desde 1529 una bula similar para las misma festividad.

Asunción de la Virgen (Bernabé López, c.1769) del retablo mayor (Pedro de Correas, c.1742), iglesia de san Pedro de Mucientes.

La bula

(En DUQUE, 1997. Traducción de Tomás García de la Santa)

Clemente Papa XI. A todos los fieles de Cristo que las presentes letras vieren, Salud y Apostólica bendición.

Para acrecentar la Religión de los fieles y la salud de las Almas con los tesoros de la Iglesia, movidos por pía caridad, a todos los fieles de Cristo de ambos Sexos, que, verdaderamente arrepentidos y confesados y confortados con la Sagrada Comunión, haya visitado la iglesia de la Ermita llamada de Santa María de la Vega, situada fuera de la Villa de Mucientes, diócesis de Valladolid, en la festividad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada devotamente cada año desde las primeras vísperas hasta la puesta del sol […] y allí prorrumpido en preces piadosas a Dios por la concordia de los príncipes cristianos, la extirpación de la herejía y la exaltación de la Santa Madre Iglesia, a cuya iglesia y a sus Capillas y Altares, ya sean a todos, ya a algunos cuando visitan dicha Iglesia o Capillas o unos u otros Altares o algunos […] no se encuentre concedida ninguna otra indulgencia concedemos indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados misericordiosamente en el Señor […] Queremos por otra parte que si les hubiera sido concedida a los fieles de Cristo que visitaran dicha Iglesia o Capilla o Altar situado en ella en cualquier otro día del año alguna otra indulgencia a perpetuidad o duradera para un tiempo todavía no cumplido, o si por la petición, estimación, admisión o publicación [de la indulgencia] se haya pagado algún precio, incluso mínimo, o recibido el ofrecimiento espontáneamente, queda anulado [el precio].

Dado en Roma junto a Santa María la Mayor bajo el Anillo del Pescador, el día 30 de junio de 1704 Año cuarto de nuestro Pontificado. Lo escribió gratuitamente por Dios T. Oliverius.

Sello de plomo de Clemente XI en la bula a favor del monasterio de Santa María de Melón,, 1717 (AHN)

Las Indulgencias en el Código de Derecho Canónico de 25.1.1983 (cánones 992, 993 y 994)

  • 992 La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos.
  • 993 La indulgencia es parcial o plenaria, según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente.
  • 994 Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias.

En la Enciclopedia Católica online (https://ec.aciprensa.com/wiki/Indulgencias#.U1u3atx43eF):

  • En el Sacramento de la Penitencia se remueve la culpa del pecado y, conjuntamente con ella, también la pena eterna merecida por el mismo; pero el castigo temporal requerido por la justicia divina permanece, y este requerimiento debe ser satisfecho sea en esta vida o en la vida futura, es decir, en el Purgatorio. La indulgencia ofrece al pecador arrepentido la posibilidad de saldar o aligerar esta deuda durante su vida en la tierra […] El verdadero significado de la fórmula es que las indulgencias, presuponiendo el Sacramento de la Penitencia, hace que el penitente, después de recibir el perdón sacramental de la culpa de su pecado, se libera también, por la indulgencia, del castigo temporal.

Felipe Panedas. Mucientes, 15.8.2022

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Bibliografía: DUQUE HERRERO, C.: Mucientes: Historia y Arte. Grupo Página, Valladolid, 1997.

Ramón Valverde Alonso, «the good doctor»

Ramón Valverde Alonso, h.1914 (todas las fotos proceden del archivo de Alberto Valverde Conde)

El primer día de febrero de 1915, el pleno del ayuntamiento de Mucientes aprobó unanimemente “por reunir excelentes condiciones” el nombramiento de nuevo médico titular a favor de Ramón Valverde Alonso. Sucedía en la plaza a Francisco Barrigón Vaca, que había dimitido dos meses antes y que fallecería en el mes de septiembre del año siguiente. Entre uno y otro, Francisco Peña García, médico del segundo distrito, ocupaba provisionalmente el puesto por acuerdo del pleno de 3.12.1914.

Valverde, que tenía treinta años, llegaba a Mucientes con el aval de una notable actuación profesional en su anterior destino en la localidad riojana de Casalarreina, donde fue propuesto para ingresar en la Orden Civil de Beneficencia tras salvar la vida de un niño, con riesgo de la suya propia: «En este Gobierno civil se instruye expediente de solicitud de que se conceda el ingreso en Orden civil de Beneficencia del Médico titular de Casalarreina, Don Ramón Valverde, por el hecho meritísimo realizado en el mes de marzo en un niño enfermo, hijo de Don Domingo Angulo, que encontrándose en inminente peligro de muerte por hallarse atacado de difteria y ante la imposibilidad de llevar a cabo una operación quirúrgica de momento por no dar tiempo la enfermedad á que se preparase, salvo la vida del enfermito con exposición de la suya propia, echándose sobre la cama é inflando aire en la boca del enfermito.» (Boletín Oficial de la provincia de Logroño, 4.10.1912, p.1.)

¿Casalarreina? h.1914.

Ramón Valverde era sobrino de Santiago Valverde Bastardo –doctorado en Derecho y uno de los mayores contribuyentes del pueblo– e hijo del también médico Alberto Valverde Bastardo y de Regina Alonso Fernández, natural de Medina de Rioseco. El padre, que había nacido en Mucientes fruto del matrimonio de Ramón Valverde con Gregoria Bastardo, falleció en pleno ejercicio profesional el 23 de agosto de 1885 en Esguevillas de Esgueva, contagiado durante la epidemia de Cólera (DÍEZ LOISELE, Mariano: «El día que a Esguevillas llegó ‘el CuartoJinete'»). Cuando murió tenía 35 años y tres hijos: Alberto, María Dolores y el pequeño Ramón. A la viuda se le reconoció una pensión anual de 750 pesetas (4,5€). 

Cuando se instaló en Mucientes, Ramón Valverde estaba casado con Amada de la Guardia, un año menor que él y natural de Casalarreina. En 1920 aparecen domiciliados en la calle de san Vicente, nº 39, con sus hijos María del Carmen (6 años), Alberto (5), Consolación (3) y Ramón (1). Abundio Sánchez vivía en el mismo domicilio, ejerciendo de «sirviente». En los años siguientes el matrimonio tendría dos hijos más: Enrique (nacido en 1921) y Amada (1923).

Los ingresos económicos del médico procedían del cobro de las «igualas» con las que cada vecino se aseguraba la asistencia sanitaria privada, además de la nómina de mil pesetas anuales (6€) que el Ayuntamiento pagaba por la atención a ochenta familias pobres de la localidad «satisfechas de los fondos municipales por trimestres vencidos» (BOPVa, 14.1.1915).

Amada de la Guardia y Ramón Valverde. Casalarreina, h.1912.
Ramón Valverde con su esposa Amada, el padre de ésta, Enrique de la Guardia, y M.ª del Carmen, su primera hija. Casalarreina, h.1914.

La «gripe española»

La rutina diaria del médico rural se vería dramáticamente alterada en el mes de septiembre de 1918, con el diagnóstico de los primeros casos de una de las pandemias más letales conocidas hasta entonces y que sería bautizada como «gripe española». Ramón Valverde detectó la gravedad de lo que se venía encima y pronto se vio desbordado en la necesidad de atención de los «ciento setenta enfermos acaecidos» que tenía a su cargo el día 30 de septiembre. El doctor había puesto sobre aviso a la corporación municipal, que, reunida en sesión extraordinaria a las siete de la tarde del día siguiente, confirmó que «era necesario y urgentísimo la traída de otro señor médico de la capital, para que ayude al de ésta en la campaña sanitaria emprendida» (A.M.Mucientes, actas). La emergencia era tal y la situación tan dramática, que Valverde Alonso llegó ofrecer pagar «de su pecunio particular cuantos gastos sean por este como se originen» si el ayuntamiento no pudiera afrontar económicamente la nueva contratación.

Aquel insólito y generoso ofrecimiento fue reconocido por la corporación con «su expresivo voto de gracias por la conducta profesional seguida en esta epidemia, así como por el ofrecimiento de sufragar de su cuenta los gastos de traída de un compañero para la ayuda». Como era de esperar, la oferta fue desestimada «no consintiendo en manera alguna que el Sr. Valverde abone cantidad alguna de su pecunio particular, sino por el contrario que todos cuantos gastos se originen sean costeados por cuenta del presupuesto municipal corriente».

El ayuntamiento nombró una comisión formada por Baldomero Escudero, Pascual Olmedo y Tomás Vaquero –miembros de la Junta municipal– además del secretario Francisco González Herrera, «para que inmediatamente se presente ante el Sr. Gobernador Civil pidiéndole conceda un médico para el auxilio del compañero de ésta Villa». No consta si la petición fue atendida o no, la situación era muy similar en toda la provincia desde el 27 de septiembre, cuando la Junta de Sanidad declaró la epidemia de gripe en Valladolid. En los papeles municipales no se menciona a ningún otro médico durante esos días.

En cualquier caso, el trabajo de Ramón Valverde siguió multiplicándose a medida que empeoraba la pandemia. Los avisos de nuevos enfermos se sucedían día y noche. Llegó a tal punto el agobio, que idearon un nuevo sistema de comunicación para hacer saber al médico dónde tenía que asistir, sin necesidad de molestarle en su domicilio: en la casa con personas enfermas se colocaría una silla junto a la puerta de la calle. Durante aquellas dramáticas jornadas, el doctor recorría el pueblo incansablemente, entrando y saliendo de cada hogar donde hubiera una silla-aviso, contabilizando a finales de octubre «más de seiscientos enfermos, siendo un promedio de ciento treinta atendidos diarios» (A.M.M.).

Mucientes, h. 1915 (foto Polentinos en Fototeca del Patrimonio histórico)

En la última semana de ese mes de octubre la gripe empezó a remitir. La corporación vuelve a reunirse a las cuatro de la tarde del día 24 y dedica monográficamente el pleno al reconocimiento de la labor de los profesionales implicados en la atención a los vecinos, y, muy especialmente, al doctor Valverde. Este es el acta de la sesión: «El alcalde presidente expresó que habiendo visto por todos el ímprobo trabajo llevado a cabo en día y noche por el médico titular de esta villa D. Ramón Valverde Alonso durante la epidemia gripal presentada en este pueblo desde mediados del pasado mes de septiembre hasta la fecha, en que ha visitado a más de seiscientos enfermos, siendo un promedio de ciento treinta atendidos diarios con peligro sin duda de su vida, no solo por el contagio de la enfermedad, sino por el trabajo, no descansando ni dos horas consecutivas de veinticuatro del día, haciendo dos visitas diarias a todos los enfermos y hasta cuatro y cinco a los de más gravedad, sin perder de vista además la pésima situación topográfica del pueblo y las miles de escaleras que ha tenido que pisar, es merecedor dicho Sr. Valverde de una recompensa, para lo cual lo pone a deliberación de la Junta para que ésta acuerde lo que crea más procedente.
La Junta, encontrando razonada la propuesta por el Sr. Alcalde y teniendo además en cuenta el ofrecimiento hecho por el Sr. Valverde de pagar de su pecunio particular los gastos de la traída de otro compañero para que le ayudara en la campaña epidémica, según consta en el acta anterior, acuerda gratificarle con un donativo de quinientas pesetas y concederle una medalla de oro conmemorativa como recuerdo de esta campaña sanitaria.
La misma Junta acuerda así mismo gratificar a los demás funcionarios de Beneficencia, con cien pesetas al practicante D. Leopoldo Saz Redondo, y trescientas cincuenta pesetas al farmaceútico D. Emilio Vallejo Barrigón». (Presidió el alcalde, Juan Crisóstomo Centeno Sarabia, y firmaron el acta: Juan C. Centeno, José Santillana, Leandro Centeno, Gabino Alonso, Tomás Vaquero, Miguel Martínez, Cirilo Saravia, Pascual Olmedo, Ponciano Escudero, Nicolás Barrigón, Eutiquio Herrero, Eugenio Herrera, José Vallejo, Antonio Barrigón, Bartolomé Escudero, Esteban Alonso y Bibiano Vallejo, con Francisco González como secretario).

El día 12 de noviembre, la Junta provincial de Sanidad de Valladolid daría oficialmente por terminada la epidemia en la mayor parte de la provincia.

Boletín de la Revista Ibero-Americana de Ciencias Médicas. 3/1919, nº 47, p.16.

Traslado a Valladolid

«Por dimisión voluntaria de quien la venía desempeñando», el 12 de septiembre de 1921, el BOPVa anunciaba la vacante de la plaza de médico titular en Mucientes. Ramón Valverde, después de casi siete años de ejercicio como Médico-Inspector de la villa, había comunicado al alcalde su deseo de trasladarse con su familia a la ciudad de Valladolid. El 27 de septiembre, el pleno del Ayuntamiento adjudicaría de forma interina el empleo al licenciado en medicina y cirugía José María Palencia y Santiago, que conseguiría la plaza en propiedad el 15 de octubre de ese año.

DeMuzValverde10

Ya en la capital, el doctor Valverde se domiciliará en la calle Leopoldo Cano, nº 9. En la ciudad vivía su hermano mayor, Alberto Valverde Alonso, capellán de la universidad de Valladolid (eran parientes del rector Calixto Valverde) y «Camerieri d’onore in abito paonazzo di S. S.» del Papa Benedicto XV (28.02.1921. Acta apostolicae sedis. Commentarium officiale. Roma, 1921, p.208).

Además de la práctica de la medicina, Ramón Valverde tuvo a lo largo de toda su vida una significada actividad política desde posiciones conservadoras y profundamente cristianas; en Mucientes había impulsado la fundación y fue primer presidente del Sindicato agrícola católico San Isidro, publicaba artículos reivindicativos en la revista quincenal El eco medico-quirúgico y en 1923 estampó su firma en el manifiesto fundacional de la Unión Patriótica Castellana, que llegaría a tener de jefe nacional al general Miguel Primo de Rivera.

El doctor Valverde con Manuel de Castro, obispo de Jaca. El prelado visitó Mucientes en 1915 y fue nombrado socio honorario del sindicato católico de agricultores.
Ramón Valverde con el arzobispo Gandásegui.

Profesionalmente mantuvo su prestigio y dedicación, ejerciendo como facultativo del Instituto Provincial de Higiene y de la Brigada Sanitaria de Valladolid. Su nombre aparece mencionado en numerosas intervenciones de urgencia en la provincia y apoyando ocasionalmente a la Brigada de Palencia. Ejerció también la docencia, impartiendo cursos de Higiene en la Universidad a los estudiantes del último curso de Medicina.

Alumnos de la facultad de medicina.

Afectado de una dolencia pulmonar, en 1931 estuvo ingresado en el Sanatorio La Fuenfría, en la vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama. Ni siquiera allí abandonó su inquietud social, poniendo en marcha y presidiendo una sociedad recreativa dedicada a organizar actividades festivas y culturales como complemento terapéutico a las largas estancias de los enfermos en tratamiento. La iniciativa le supuso un nuevo reconocimiento a Ramón Valverde «a quien se ha rendido el homenaje de dar su nombre a una de las avenidas que rodean el sanatorio» (La Libertad, 18.12.1931, p4).

El doctor Valverde –disfrazado con falda, mantilla y sombrero– durante una fiesta en el sanatorio La Fuenfría. 1931.

El doctor Valverde no conseguiría recuperarse de aquellas dolencias que devendrían en tuberculosis, falleciendo en Valladolid en el mes de septiembre de 1933, a los cuarenta y ocho años.

Ramón Valverde, h. 1932.

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La saga médica familiar debería haber continuado en Alberto Valverde de la Guardia, segundo hijo de Ramón, pero su vida resultaría dramáticamente segada cuando, cursando tercer año en la facultad de medicina de Valladolid, fue mortalmente herido por una ráfaga de metralleta durante la Guerra Civil –era jefe de centuria de Falange– en la localidad abulense de Las Navas del Marqués, falleciendo el 13 de abril de 1937. Unos pocos meses antes había muerto de tuberculosis su hermana mayor M.ª del Carmen. Alberto Valverde Conde, nacido en marzo de 1949, primogénito de Enrique –el quinto hijo de Ramón–, retomaría la tradición facultativa, especializándose en medicina intensiva, ejerciendo en el hospital 12 de Octubre y en el Clínico San Carlos, de Madrid, hasta su jubilación.

La hija más pequeña de Ramón, Amada Valverde de la Guardia, ingresó como religiosa en la Compañía de María. Ejerció la docencia durante más de medio siglo en Haro, La Rioja, localidad donde mantiene su residencia a los 97 años.

Hago constar mi reconocimiento a Alberto Valverde Conde por su exquisita disposición para aclarar cualquier duda y precisar los hechos que ayudaran a reconstruir esta historia de su abuelo Ramón. Agradecer también su generosidad al poner a disposición del artículo las fotos familiares que con tanta paciencia ha ido recopilando.

Agradezco también al profesor Jesús Urrea su colaboración para identificar a algunos de los personajes que aparecen en las fotos.

Felipe Panedas. Mucientes, 04.02.2021

Dibujos y pinturas inéditas de Luciano Sánchez Santarén [II]

En 2020 se cumplieron 75 años del fallecimiento de Luciano Sánchez Santarén (Mucientes, 1864 – Valladolid, 1945) . Publiqué entonces las primeras páginas de un trabajo [ver] que daba a conocer algunas pinturas inéditas y dibujos de su mano, que ayudaran a entender mejor la obra de aquel artista y académico. Esta nueva entrega, continuación de aquella, no solo incrementa la nómina de su producción pictórica, explora también en aspectos poco estudiados de la vida profesional, lúdica y familiar de Sánchez Santarén.

Su ascendencia

El pintor Luciano Sánchez Santarén fue hijo único del matrimonio formado por Pedro Pascasio Sánchez (1809-6/XI/1885) y Anselma Santarén (†20-V-1867)1. El padre, que había nacido en Mucientes durante la Guerra de la Independencia, estuvo casado anteriormente con Catalina Saravia (1817/22-VII-1852) de la que tuvo un hijo llamado José Sánchez Saravia (1844/28-II-1927); por lo tanto, los hermanos se llevaban 20 años de diferencia.

Su familia paterna se había establecido en Mucientes en torno a 1800. El abuelo, llamado Luciano Sánchez Escobar, era natural de Capillas, mientras que su abuela, Catalina Matía, procedía de Fuentes de Don Bermudo, ambas localidades en el obispado de Palencia. En mayo de 1805, aquel comenzó a trabajar de sacristán en la iglesia parroquial de San Pedro y, por ello, se le ve asistir y firmar como testigo de numerosas ceremonias religiosas. Durante su matrimonio tuvo cuatro hijos: Vicente (1800), Teodora (1803-1884), Florentina (1806-1887) y, el ya citado, Pedro Pascasio2.

Florentina ingresaría monja, seguramente, en el monasterio de Santa Cruz de Valladolid, de la orden de Santiago, y con el tiempo alcanzó a ser comendadora en el convento de Santa Fe de Toledo donde falleció en el año 1887.

Gracias a los padrones parroquiales de Mucientes, se conoce que en 1863 Pedro Pascasio y su esposa, que esperaba una criatura, vivían en la calle Corral de Salinas, nº 10 y en el del año 1868, siendo ya viudo, continuaba habitando con su hijo Luciano, que tenía 4 años, en la misma calle y vivienda3. De esta forma se averigua la casa en la que nació el pintor, hoy señalada con el nº 12 de la misma calle.

Casa natal de Sánchez Santarén, en Mucientes.

Su hermano José, con 26 años y algunos estudios, se hallaba establecido en Lugo como familiar del obispo de aquella diócesis, José de los Ríos Lamadrid, iniciando una carrera administrativa de la que el propio Luciano se beneficiaría al marcharse a vivir con él a Lugo4. Saber más

Los concursos de la Academia de Lérida

En la ciudad gallega comenzó a estudiar con el pintor orensano Leopoldo Villamil que le animaría, al igual que su hermano y el señorobispo, a participar en los concursos que organizaba la Academia bibliográfica Mariana de Lérida de la que los dos últimos eran socios5.

Aquellos concursos habían comenzado siendo de índole literaria pero en 1878, con motivo del 16 aniversario de la fundación de la Academia, se decidió conceder una corona de laurel de plata “al mejor boceto pintado al óleo en que con libertad de tamaño se represente a Nuestra Señora en sus relaciones con las Bellas Artes”6. Después, aunque de manera intermitente, se siguieron convocando premios para pintores y músicos.

Esta oportunidad la aprovechó Sánchez Santarén y en 1883, cuando contaba 19 años, se presentó por vez primera a este certamen enviando un boceto de su invención, titulado Voto de la reina doña Urraca a Santa María de Lugo, por el que fue galardonado7.

Tres años después, volvió a probar fortuna en el mismo concurso con dos bocetos. El que presentó bajo el lema Auxulium christianorum, ora pro nobis, considerado como “muy bien compuesto y de factura más que regular”, obtuvo el primer premio de pintura8 y un segundo por el que amparaba el lema Gracias le da con humildad profunda.

Conozco un Paisaje de la Casa de Campo (31x 44 cm), pintado en sus años de estudiante en la Escuela Superior de Madrid, firmado al dorso: “Luciano Sánchez Santarén, 1887”, que justifica la excelente nota obtenida aquel curso en la asignatura de paisaje, pudiéndose aquí recordar que tuvo, como maestro en esta materia, al gran Carlos de Haes.

Quizás sus buenas calificaciones le animarían a solicitar aquel mismo año, la beca que la Diputación de Valladolid concedía para disfrutar en Roma en sustitución del pintor Arturo Montero Calvo (†1887); sin embargo, fue Eulogio Varela quien obtuvo la ayuda9 y Luciano se conformó con seguir estudiando en Madrid.

En el Museo del Prado se le registra como copista, el 15 de noviembre de 1888, pintando la cabeza de Alonso Cano, original de Velázquez (42 x 75 cm)10 y, casi al mismo tiempo, vuelve a participar en el certamen de Lérida con otro boceto, bajo el lema Regina Sanctorum ómnium, que por llenar “cumplidamentelas condiciones exigidas” mereció ser premiado11.

Los éxitos alcanzados en estos concursos ilerdenses prosiguieron en las convocatorias de los años 1890 y 1891. En el primero, con el lema Spes nostra Salve, representó “la adoración y reverencia hecha en 1183 por D. Alfonso II de Aragón y Dª Sancha su esposa con su corte, ante la imagen de Santa María de Sigena, huida milagrosamente repetidas veces a los juncos de las lagunas del Alcanadre”12. En el certamen de 1891, para el que se propuso como argumento al “acto de sacar del pozo la imagen de Nuestra Señora del Claustro de Solsona y ordenación del cortejo que la condujo a su altar en aquella catedral, Sánchez Santarén presentó tres bocetos bajo los lemas Sancta Dei genitrix, Sedes Sapientiae y Trafalgar13 que merecieron, respectivamente, 1º y 2º premio y un accésit. Según el jurado, el primer boceto se distinguía “por la acertada colocación de las figuras”, describiendo así su composición:

“a la derecha en primer término está la madre del niño que había permanecido en el pozo sostenido por la Señora y que indica á aquella la figura que acaba de ser extraída por hombres del pueblo, de formas robustas: uno de estos que asoma la mitad del cuerpo por encima del brocal del pozo y con sus nervudos brazos se apoya sobre sus bordes, razona muy bien la parte activa que ha tomado en la subida de la Imagen y llama la atención por el correcto dibujo ó escorzo de la cabeza: Son muy interesantes las de los monges situados á la izquierda del pozo en diferentes actitudes; todas muy propias de la situación; quedando el asunto concentrado en las figuras que rodean la Imagen, iluminadas por antorchas que llevan algunas de las del grupo y cuya luz rojiza anima sus rostros, y les da expresión de éxtasis, contemplando la Imagen acabada de sacar de la profundidad del pozo.

El resto del cuadro representa el claustro de estilo bizantino; da severidad y carácter religioso al asunto, completándolo una agrupación de figuras que hay á la izquierda, unas luces y otras con ornamentos sagrados, como disponiendo la procesión que ha de acompañar la sagrada Imagen. Este grupo resulta iluminado por la luna, y como el de la derecha se halla envuelto en la sombra que proyecta una de las alas del claustro y recibe la luz de las antorchas, resulta un hermoso contraste de colorido, con lo cual ha probado el autor ser buen colorista y gran conocedor del natural, pues á pesar del contraste, el cuadro queda muy bien desenvuelto y la distribución de las figuras acertada, no viéndose en él efectos rebuscados y está manchado con mucha seguridad».

En su segundo cuadro premiado, Sedes Sapientiae, se estimó que el autor revelaba:

“grandes conocimientos del color y prolijos estudios en indumentaria; á la izquierda galería del claustro con figuras de monjes, algunas quizás demasiado interesantes, para episodios del asunto principal, iluminado este fragmento por la luna oculta detrás de las nubes, circunstancia que hace algo inverosímil la nota de color en extremo brillante pero de gran efecto: otro muy notable es el de las figuras á contra luz apoyadas en los ventanales del claustro, que asoman mirando al patio, donde hay el grupo de los que acaban de sacar del pozo á la Virgen, todas interesantes e iluminadas por el rojo resplandor de las antorchas; si se prescinde de la parte del cuadro iluminada por la luna, concentrando la atención en el grupo que rodea el pozo, de soberbias cabezas y con trajes pintorescos propios de la época, se vé que la parte principal del cuadro ha sido pintada con amore; aunque al buscar la primera impresión del conjunto y el efecto general, ha quedado lo principal supeditado á lo accesorio, lo cual no puede tacharse como á defecto, sino como una libertad del artista que busca con persistencia contrastes y grandes efectos de color, como en otros detalles del cuadro resulta también confirmado.”

Su tercer boceto, Trafalgar, mereció un accésit porque, según el jurado, “desarrolla solo la segunda parte del tema propuesto”, es decir, la procesión organizada para conducir a su altar la imagen de la Virgen, extraída del pozo. En su boceto se podía contemplar como

“el cortejo pasa por el interior del claustro y se dirige á una puerta que dá ingreso á la iglesia; junto á esta puerta y en el próximo término, hay varias figuras á contra luz mirando la procesión que pasa por su frente son de correcto dibujo y buen efecto y en segundo viene la agrupación de figuras que forman el cortejo con cirios y blandones, cuya luz produce tonos amarillentos sobre las figuras y alcanza hasta el último término del cuadro, donde destaca la Imagen de Nuestra Señora llevada en andas, grupo que iluminado por las luces que le rodean queda envuelto en el humo del incienso y resulta de un efecto de perspectiva encantador. La izquierda del cuadro está bien fornida por los grupos de monges y gente del pueblo que forman parte de la procesión y cuyas manchas de color oscuro dadas con seguridad á las figuras del primer término que se hallan á contra luz, acusan corrección de dibujo y con la energía del tono que las mancha hacen billar el centro del cuadro iluminado con profusión y abocetado con valentía, propia de quien conoce bien el asunto.”

Quizás, algunos de sus dibujos conservados sean preparatorios para composiciones pintadas o pensadas para otros concursos de la Academia de Lérida de los que, hasta hoy, no he localizado sus resultados. Así, el del Milagroso encendido de las velas ante la Virgen de los Desamparados, de Valencia, que evoca un suceso de 1490, o el del Descenso de la Virgen, acompañada de San Pedro y San Pablo14, para entregar su cinta a un canónigo de la catedral de Tortosa, acontecimiento que, según la tradición, tuvo lugar en aquella localidad catalana en 1178.

Lo mismo se podría pensar de otro que representa a un religioso levantando una imagen de la Virgen con el Niño que, parece haber sido descubierta en una zanja abierta en la tierra, ante la admiración y algarabía de la multitud.

También en 1891, último año de su carrera en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, está firmado un Dibujo de modelo del natural que conozco en propiedad privada en Valladolid. Por el asunto tratado, su tamaño y numeración parece un ejercicio de curso, un examen, y su calidad denota la competencia alcanzada por el artista15.

La oposición

El 25 de agosto de 1892 se publicó la lista de aspirantes a la plaza de Ayudante numerario de Figura de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid entre los que se hallaba Sánchez Santarén16. Para efectuar el correspondiente examen se les convocó el 12 de enero de 1893.

Fue admitido junto con Salvador Seijas, López del Castillo, Pedro Miñón González, Gabriel Osmundo Gómez, Ramón Sapela y otros seis más. Se excluyó a Eulogio Varela, que no compareció, y a Darío Chicote por no presentar la documentación exigida.

Tuvo que superar cuatro ejercicios: modelo de adorno, copia de estatua, modelo vivo y preguntas sobre anatomía, perspectiva e historia del arte. En la votación final salió por unanimidad del tribunal, y quedaron bien clasificados los aspirantes Eulalio Fernández Hidalgo (†1927) y Gabriel Osmundo Gómez (†1915)17. En la Real Academia se conservan varios ejercicios de los concursantes, entre ellos uno suyo magnífico, en el que, como los demás, tuvo que dibujar la figura en yeso del Fauno del cabrito18.

A su nuevo puesto en la docencia se incorporó el 5 de abril de 1893 reemplazando al que era ayudante interino de la clase de figura, el asturiano José Uría y Uría, que lo desempeñaba por fallecimiento de su titular Cástor Simón Toranzo19.

Antes de esa fecha cursaría, en una Escuela Normal, los estudios para obtener el título de maestro elemental que le facultaba para impartir docencia en el ciclo elemental de Enseñanza Primaria. Desconozco cuándo y dónde los cursó pero, años después, al publicarse el escalafón de antigüedad del profesorado de las Escuelas de Artes e Industrias, se indica que se hallaba en posesión del título20.

El pintor, por Dionisio Valsero. 1895.

Sus buenas relaciones con los compañeros de claustro quedan patentes por el retrato en barro (40 cm) que le hizo, cuando el pintor tenía 31 años, su compañero de claustro y profesor ayudante de escultura, Dionisio Pastor Valsero (1869-1937)21; se encuentra fechado en 1895 y es, por lo tanto, coetáneo del relieve enmármol que hizo de Zorrilla para la fachada de la casa natal del poeta. Más explícito fue Martí y Monsó que, al visitar juntos Mucientes antes de 1898 para estudiar la magnífica cruz de plata parroquial, le consideró “excelente amigo y compañero”22.

El mismo afecto por su persona se aprecia en la crónica que de la excursión a Fuensaldaña, Mucientes y Cigales, celebrada por la Sociedad Castellana de Excursiones el domingo, 9 de marzo de 1905, redactó el mismo Martí y Monsó en la que no escatimó palabras de amistad y agradecimiento al artista y a su familia mucenteña en cuya casa fueron recibidos y servidos los 19 expedicionarios23. (Saber más, pág. 73 y ss.).

Luciano Sánchez Santarén (izq.) con los profesor Ángel Díaz y Monsó. Foto Terol, 1909.

Su paso por la Escuela, durante los 40 años de docencia que desempeñó en ella, discurrió sin incidentes ni sobresaltos y compatibilizó la enseñanza con la gestión administrativa. En tan largo periodo, tan solo se puede reseñar un pequeño contratiempo: el enfrentamiento que tuvo en 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, con el director de la Escuela, el escultor Ramón Núñez, al que conocía bien desde los tiempos de la Escuela Superior de Madrid. Encabezó entonces la opinión discrepante de un grupo de profesores sobre la organización académica del centro. El asunto, que llegó al rectorado, le ocasionó una amonestación leve, de carácter privado, impuesta por el consejo universitario24.

En enero de 1934, cuando le llegó su jubilación, en prueba de admiración y afecto, el claustro de profesores y discípulos de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos le organizaron un homenaje, ofreciéndole un banquete celebrado en el Hotel de Francia25. Por su parte, el Ministerio le honró con el nombramiento de Director honorario.

Su familia

Luciano contrajo matrimonio con Adela Carrión Vilache o Gilache, natural de Segorbe (Castellón), ambos de la misma edad. Con ella tuvo a su hija Adelita, que en 1900 contaba cinco años.

La familia, instalada en Valladolid, comenzó teniendo su domicilio en la calle San Ignacio nº 4, 2º izq. y allí continuaba todavía en 1903. Cinco años después ya se había trasladado a otra vivienda, en la calle Solanilla, nº 5-7 piso 3º26, situada detrás de la iglesia de Santa María de la Antigua, templo que siempre conoció cerrado por obras y no alcanzó a verlo inaugurado. También tenía vistas sobre la parte posterior del templo de las Angustias, que servía de parroquia, y contemplaba la catedral desde la distancia. Fue en esa vivienda donde falleció, viudo, a la una de la noche del 12 de enero de 1945, recién cumplidos los 80 años de edad27.

Calle de La Solanilla desde Angustias (1920).

Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción

Fue designado académico de número el 5 de diciembre de 1897, al mismo tiempo que fueron nombrados: Eladio García Amado, Venancio Mª Fernández Castro, Blas González García-Valladolid, Santos Vallejo García, Pedro Miñón González, Ángel Mª Álvarez Taladriz y Ricardo Macías Picavea. Una semana después tomó posesión, sin ceremonia pública28; Por entonces, presidía la Academia Joaquín Mª Álvarez Taladriz, que acababa de sustituir a José Muro López cuyo retrato oficial, poco después, pintaría Sánchez Santarén.

Ostentó la medalla nº XVII, asignándosele a la sección de Pintura. Propuesto en 1922 para el cargo de consiliario, fue nombrado 3º consiliario en 1931 y tres años después 1º, presidiendo desde entonces su propia sección que, en distintos momentos, estuvo integrada por Luis González Frades, Enrique Gavilán, Aurelio García Lesmes, Virgilio Gerbolés y Pedro Collado, entre otros29.

Pensando asunto.

Algunas obras más

Ya se ha dicho que su obra pública no es numerosa. Volcado en la enseñanza de sus alumnos apenas dedicó tiempo a sus propias creaciones pero nunca dejó de pintar o dibujar y puede decirse, que su catálogo se ha ido incrementando pese a la dificultad que entraña el conocimiento de una producción dispersa o en manos privadas.

El mismo año (1911) de su ascenso a la cátedra, pintó el cuadro del Martirio de san Quirce y santa Julita, para la iglesia del monasterio que en Valladolid tiene este nombre. Su composición aparatosa, la atrevida perspectiva los efectos de luces y sombras o los modelos de sus personajes son propios del gusto del pintor.

Martirio de san Quirce y santa Julita. ©foto P. Escudero.

Posee especial interés, por su curiosa composición y la dificultad en desentrañar el asunto recreado, un dibujo que representa a un padre de la Compañía de Jesús [¿San Francisco Javier?] que, con un crucifijo en su mano, detiene a un jinete musulmán mientras un ejército huye en desbandada. A juzgar por lo escrito al pie del dibujo, con la firma de Francisco Apalategui, resulta indudable que él fue quien lo encargó al pintor30 y, dado que este jesuita fue profesor de Historia en el Colegio de San José de 1906 a 1919, es lógico que lo hiciese en esos años. La alusión al P. Constancio Eguía, permite mayor precisión pues fue profesor de Literatura en el mismo colegio entre 1910 y 1920.

Sobre la posibilidad de que el santo representado sea San Francisco Javier, debe recordarse que Apalategui escribió un libro, titulado Empresas y viajes apostólicos de San Francisco Javier según constan en las cartas del mismo santo31, y, tal vez, su interés por éste tuviese algo que ver con el encargo del dibujo, o bien podría haber sido boceto para alguna de las “academias” de Historia que se celebraban en el colegio32.

La relación de Sánchez Santarén con esta última institución religiosa de enseñanza, se remonta al curso académico 1916-1917, cuando comienza a facilitar el dibujo o boceto preparatorio para las orlas de los alumnos congregantes de María, que serían modeladas por el hermano jesuita Álvarez33.

A mitad de camino, entre el asunto religioso y el retrato, se encuentra el que pintó del P. jesuita Bernardo de Hoyos (1711-1735), hoy beato, existente en la iglesia parroquial de Torrelobatón, si bien el modelo lo tomó de un grabado o estampa anterior.

Su listado de retratos conocidos se aumenta con los de Don Calixto Valverde, rector de la Universidad, el Don Luis Izquierdo y el Don Severiano Benito Pintado, párroco de La Aguilera entre 1880 y 1911, síndico apostólico de la comunidad franciscana y arcipreste de Gumiel de Hizán (Burgos), que se describe como “de gran parecido” y representado “con toda exactitud la noble figura” del sacerdote34.

La familia del pintor posee, entre otras obras, una vista del Claustro de la catedral de Toledo, Paisaje sobre el caballete, una copia de de la cabeza de San Pablo [original de Villabrille], una Academia, un desnudo femenino, varios bodegones de caza, el santo Job, el boceto para el cuadro de santa Julita, etc.; y en la Escuela de Arte, se conservan tres estudios masculinos de modelo y dos cabezas, todas al óleo, además de ocho dibujos de asunto religioso y profano35.

Otras actividades

Fue miembro de la Sociedad Castellana de Excursiones y, entre 1903 y 1909, participó con asiduidad en los viajes organizados fuera de Valladolid36 e, incluso, actuó en alguna ocasión como cronista de ellos mostrando un excelente estilo narrativo y buena redacción37. También acudió a las visitas que se programaban por distintos monumentos de la ciudad.

Vocal, desde 1908, de la Comisión provincial de Monumentos, participaba en las deliberaciones de sus sesiones. Igualmente, su afición por la música le hizo estar presente, a partir de 1924, en la creación y actividades de La Coral Vallisoletana.

Como ha quedado patente, Sánchez Santarén desarrolló una extraordinaria laboriosidad en muchos campos y facetas de la actividad cultural. Por ello, la exposición que se le dedicó en el salón principal del Ayuntamiento, el 3 de mayo de 1946, fue calificada como “la exposición de toda una vida” consagrada al arte, “desde los días de su infancia y mocedad hasta la más completa madurez”.

Entonces, se le reconoció como un pintor académico “que destaca con una personalidad propia”, calificando su técnica como magnífica y encontrando sus características más acusadas en “un dibujo correctísimo y una visión muy acertada del color en el retrato”. Sus “carnes semejan prodigio de jugosidad y las calidades de los bodegones y las telas [están] admirablemente logradas en todas las obras”38.

©Jesús Urrea, 12-XI-2020

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  1. Nació el 9 de enero a las 11 h. de la noche y fue bautizado el día 17. AGDVa. Mucientes. Bautismos, 1862- 1875, fols. 73vº y 74.
  2. AGDVa. Mucientes. Bautismos (caja 1797B), 1797- 1812, fol. 101vº, 206, 333vº y 348vº. Idem. Difuntos (caja 1852), 1852-1864, fol. 10 y (caja 6485), 1864- 1885, fol. 57vº y 58.
  3. AGDVa. Curia, (cajas 251 y 252), Padrones. Mucientes 1863, p. 21 y 1868, p.27.
  4. En Lugo también vivió con ellos su tía Teodora, cfr. “Han fallecido” de La Correspondencia de España, 6- 11-1884, p.2 y El Siglo futuro, 27-11-1884, p. 3.
  5. Academia bibliográfica Mariana. Catálogo general de los nombres de los señores socios en ella inscritos, Lérida, 1867, p. 67, socio de mérito de 3ª clase.
  6. Cádiz, 10-VI-1878, p.7. La Renaxensa, 15-VI-1878, p. 487.
  7. L. MARTÍ, “Voto de la Reina Doña Urraca a Santa María de Lugo”, Boletín de la Comisión provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Lugo, 1942, pp.43-44.
  8. Certamen público celebrado con motivo del concurso de premio abierto por la Academia bibliográfico-mariana, Lérida, 1886, pp.7 y 26. Recibió un “caballete con pinceles y paleta de plata”.
  9. J. C. BRASAS EGIDO, Eulogio Varela y la ilustración gráfica modernista en Blanco y Negro, Valladolid, 1995, p.14.
  10. Museo Nacional del Prado. Archivo. Libro de copistas correspondientes a los años 1887 a 1895, nº 634, sig. L.3/leg.1409.
  11. Certamen público celebrado con motivo del concurso de premios abierto por la Academia bibliográfico-mariana, 1888, pp. 7 y 24. Recibió un caballete de plata.
  12.  Certamen público celebrado con motivo del concurso de premios abierto por la Academia bibliográfico-mariana, Lérida de 1890, pp. 8 y 23. Se le adjudicó el caballete de plata.
  13. Certamen público celebrado con motivo del concurso de premios abierto por la Academia bibliográfica-mariana para solemnizar el aniversario del XXIX de su instalación en la tarde del 18-X-1891, Lérida, 1891, pp. 8-9 y 24-26. Por ellos recibió una lapicera de plata.
  14. J. VIDAL FRANQUET, “La baixada de la Cinta, 500 anys. Algunes qüestions d´iconografia”, Recerca, 12, 2008, pp. 11-64. Todavía en el concurso de 1892 alcanzó varios premios: Plancha sobre lápida de mármol y una lapicera de plata, cfr. El Alicantino, 21.X- 1892, p. 2.
  15. Lápiz negro y carboncillo. Fechado en 1891, nº 17/ Luciano-1ª.
  16. Gaceta de Instrucción Pública, 25-VIII-1892.
  17. Archivo de la Real Academia de la Purísima Concepción, leg. 228.
  18. D67. Mide: 680 x 485 mm. Firmado en el ángulo superior izquierdo: Luciano Sánchez Santarén. En el ángulo inferior derecho: “4/El Secretario del Tribunal Ángel Díaz y Sánchez 4”.
  19. Memoria de la Escuela de Bellas artes de Valladolid, curso 1892-1893, Valladolid, 1893, pp.8-9.
  20. Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Estadística. Escalafón de antigüedad del profesorado. Madrid, 1910.
  21. J. URREA, El pintor Luciano Sánchez Santarén 1864-1945 (cat. exp.), Valladolid, 1983, pp. 4 y 14.
  22.  J. MARTÍ y MONSÓ, Estudios histórico-artísticos, Valladolid, 1898-1901, p. 219.
  23. J. MARTÍ y MONSÓ, “Excursión a Fuensaldaña, Mucientes y Cigales”, BSCE, 1905, pp. 73-83.
  24. Archivo Universidad de Valladolid. Libro 2268. Secretaría General. Comunicaciones a la Superioridad (1923-1934), 3-VI-1924.
  25. El Norte de Castilla, 18-I-1934.
  26. Archivo Municipal de Valladolid. Padrón, 1900, libro 817, fol. 394; 1902, libro 956, fol. 251; 1909, libro 1447, fol. 153, viviendo con ellos una sirvienta.
  27. Archivo parroquial de La Antigua. Difuntos,1909- 1947, pp.372vº-373.
  28. Archivo de la Real Academia de la Purísima Concepción, Libro registro de órdenes y comunicaciones a las autoridades y particulares (1877-1911), 1897, nº 27, 7-XII-1897.
  29. “Necrología”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, 17,1945, p.56.
  30. “Esta es en efecto la escena/ Bien interpretada/ ¡ojo con los brazos del Santo/ que parecen algo cortas/ Apalategui S.J./”; “Y ojo con las manos del P. Eguia/ parecen algo largas y se cuelan…/con Santarén Eguía/”.
  31. “Monumenta Xaveriana”. Madrid, López del Horno, 1920 (386 pp. con ilustraciones y mapas).
  32. Agradezco al P. Jesús San José, S.J. las precisiones biográficas y su interés por identificar el asunto dibujado.
  33. Están firmadas por ambos, las correspondientes a los cursos 1916-17 y de 1920-21 a 1925-26.
  34. En 1930 se cita “en la sala de recibo, sobre la ventana principal”, del convento, cfr. P. Fr. L. CARRIÓN GONZÁLEZ, Historia documentada del convento Domus Dei de La Aguilera, Madrid, 1930, p. 498.
  35. El modelo vivo (cat. exp.). Escuela de Arte, Valladolid, 1998.
  36. Peñafiel, Dueñas y Baños de Cerrato, Medina del Campo, Medina de Rioseco, Quintanilla, Olivares, Valbuena y San Bernardo, Bamba y Torrelobatón, León, Burgos, Viana de Cega y Ávila.
  37. “Excursión a Aldeamayor de San Martín y Portillo”, BSCE, 1905, p. 205-208.
  38. G.G.C., Diario Regional, 4-V-1946.

El dulzainero Macario Zalama

Nos asegura el profesor e historiador Carlos Duque, que el apellido Zalama está asentado en Mucientes al menos desde el siglo XV, en que aparecen documentos con mucenteños así apellidados [Duque Herrero, Carlos: “Mucientes Historia y Arte”, Valladolid, 1997]. A nosotros nos interesaba el apellido Zalama, porque lo llevaron dos dulzaineros de aquellas tierras de pan llevar y vino traer. Cuando ya declinaba el siglo XX, volvimos a acercarnos a Mucientes para recoger los testimonios necesarios para la elaboración de la presente historia (presentes aquí, pero ya pasada a la otra historia) del entusiasta dulzainero Macario Zalama.

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Los lazos del paloteo

Las famosas danzas –generalmente varoniles– denominadas “paloteos”, solían bailarse en las fiestas mayores de Berrueces, Torrelobatón, Villanubla, San Cebrián de Mazote, Cigales y Mucientes. Hoy en día, paloteos se hacen muy de cuando en cuando en estos pueblos, dado que aquellas viejas costumbres se han ido olvidando. Buena prueba de ello, lo constituye el hecho de que ritos de hace cincuenta años sean ya historia perdida.

Pero el entusiasmo de los jóvenes de algunos pueblos rescata costumbres adormecidas durante décadas. Una de esas costumbres es la danza. Y entre ellas, los paloteos, baile de remembranzas guerreras que en Mucientes y Cigales solían tocar Macario Zalama, a la dulzaina, y su hermano Miguel como percusionista, al menos desde 1930, y Donato Gómez “Chorombo” y Bartolomé Bastardo “El Majo” desde 1940 en adelante, hasta que los años y la muerte los fue separando. Si era necesaria alguna suplencia, Donato Gómez “Donatín” estaba dispuesto y colmado de ilusión.

En el pueblo natal de Macario Zalama, que lo fue Mucientes, la costumbre de las danzas de palos se fue perdiendo lentamente en vida de quien mejor las conocía y era capaz de enseñarlas: el propio dulzainero. Sin embargo, primero la asociación cultural Albillo y actualmente la asociación El Arco, rescataron parte de lo olvidado (que no perdido) y con entusiasmo mantienen vivos esos paloteos.

28 de agosto de 1982. Homenaje a Macario Zalama en la I Semana Cultural «Villa de Mucientes», organizada por la Asociación Cultural Albillo. (Foto Óscar García).

 

En primera persona

Cuando tuvimos la ocasión de conocer a Macario Zalama (Mucientes, 20.06.1907-27.12.1983) a finales de los años setenta, nos contó que nunca había cobrado una peseta por tocar los lazos del paloteo, ni tampoco por enseñar sus pasos.

—Porque, claro; la gente joven se va renovando cada pocos años y luego se van y no dejan enseñados a los que quedan de mozos. Y me toca a mí hacerlo, que yo sí que soy el fijo –nos contó el buen dulzainero quien veladamente manifestaba su deseo de no moverse de Mucientes hasta el final de sus días–.

—Y ¿ cómo se bailan los célebres lazos del paloteo, según Mucientes y Cigales?

—Es muy difícil de contarle cómo. Un baile no se puede aprender en un libro. Ahí se pueden conocer aproximadamente las posturas y los pasos, pero no el ritmo ni como se van enlazando las posiciones. Esto del paloteo es aún más difícil, porque no solo bailan los pies sino también los brazos y las manos con el palo para golpearlos y cruzarlos entre sí y con los del compañero. Ya le digo, muy difícil explicarlo de palabra.

—¿Cuántas personas intervienen normalmente en la danza?

—Generalmente se hacen las calles a base de ocho hombres. Pero, últimamente, y por afición van entrando mujeres, ¿sabe usted?, aunque lo puro es que sean hombres solos quienes bailen.

Algunos lazos tienen danza y canto, aunque son pocas las personas que en estos dos pueblos de la campiña del Pisuerga recuerdan el texto, ya que este aspecto del paloteo no ha sido puesto en práctica.

—Verá usted. El primer lazo que suele hacerse en Cigales es el “Señor mío Jesucristo”. Los mozos se arrodillan, se dan golpes de pecho con los palos y besan la tierra que pisan a medida que van cantándose o tocándose las estrofas de la danza.

—Vamos con el segundo lazo, Macario.

—El segundo es el que nosotros llamamos “La Virgen María” que va con música de la Marcha Real y también tiene letra. La tercer danza o lazo se llamaba “Trincheras”. El cuarto lazo es el que titulamos “Los Franceses”. Pero el más popular de todos los lazos, por lo menos aquí en Mucientes, es el de la “Panderetera”.

Los danzantes van ataviados de la siguiente forma: ellos calzan zapatillas blancas con cintas rojas entrecruzadas a partir del tobillo, pantalón y camisa blancos con cintas en los codos, faja de color rojo claro y en el cuello un pañolón grande con los picos repartidos atrás y delante de tal forma que los de atrás van sueltos y los de delante van prendidos con un broche. Cubren su frente con un pañolito a modo de cachirulo anudado a la izquierda, sin pico alguno. A la entrada de la iglesia ese pañuelo se lo quitan de la frente y lo colocan en el brazo izquierdo. Las mujeres llevan también zapatilla blanca, medias caladas de hilo, enaguas con pasacintas de los mismos colores que las de los mozos, y blusa y faldilla blancas.

—Estos trajes los tiene comprados la cofradía de la Virgen de la Vega de Mucientes desde hace muchos años y van pasando a los mozos de un año para otro.

Agapita, la esposa de Macario Zalama que asistía a la conversación, participaba apostillando alguna cuestión o mostrándonos los pasos del paloteo. Recordamos que en determinado momento su intervención nos ofreció un dato verdaderamente interesante:

—Diga usted que por lo menos hace cincuenta años aquí los mozos bailaban con enaguas, como las de las mozas de ahora. Y si no, pregúntale –le decía al marido– a “Pitocho”: él era del tiempo de “El Moro” y salieron juntos muchos años a bailar con enaguas blancas. Claro que de aquella quinta todos menos él están bajo tierra. (Ahora, todos).

—Aquí, en Mucientes, tocábamos un lazo nuevo que me habían enseñado a mí en la guerra y que hablaba del Caudillo y de las glorias militares, pero ya no me acuerdo. Porque no sé si sabrán ustedes que yo me fui a la guerra con la dulzaina; o, por mejor decir, mi mujer me la llevó a Toledo. Tardó en llegar tres días con sus noches, la mujer.

El acompañante habitual de Macario Zalama –como quedó dicho antes– fue su hermano Miguel, que sufrió una herida grave durante la guerra y quedó mutilado, “tenía el brazo cosido por el codo” y por ello tocaba de ciento en viento.

 

Una dulzaina meteoróloga. De raza le venía a Macario Zalama la afición por la dulzaina. Su padre, Ignacio Zalama, fue su maestro. Aquella dulzaina que tocara su padre, construida en madera roja, seguramente de granadillo, escasa de llaves, reparada mal que bien, se guardaba intacta en la casa. Tenía una extraña manía: cuando el tiempo presagiaba lluvia, la caprichosa dulzaina se torcía como un cuerno, y cuando el tiempo era seco, se ponía tiesa como un huso. No sabemos qué habrá sido de ella en las circunstancias actuales en que los Zalama que la manejaron ya no están entre nosotros.

Aquel padre dulzainero se conformaba con el acompañamiento, siempre garboso, de “un chico de La Mudarra llamado Valentín Matos o Valentín Bastardo”, en activo entre los años 1925 y 1930.

—Cuando falló Valentín, nos decía Macario, yo, con dieciséis años, salía con mi padre y mi hermano Miguel a tocar por el pueblo, haciendo la segunda dulzaina por-bajo-la-suya.

Recuerdo que Zalama se mostraba orgulloso de los “poderes festivos y pacificadores” de su dulzaina. Cuando por la Fiesta de los Pastores alguien armaba “garata” allí estaba él:

—¡Mango la dulzaina y empiezo a tocar unos lazos… Tararí-larilo-lilirayro… y ya todo el mundo se olvida del jaleo que ha dado el vino! Unos de una forma y otros de otra, todos se ponen a bailar y la fiesta vuelve a su paz.

—¿Por qué no ha querido nunca cobrar sus actuaciones en su pueblo?

—Porque, aunque me piden de muchos pueblos, yo no voy a tocar sin no es en mi pueblo o en Cigales. Y no cobro, ¡porque así no exigen! Tenga en cuenta que yo no toco la dulzaina todos los días, y esto cuanto más se deja, más se olvida.

El tiempo no perdona. Dicen que ya no hay mozos en estos pueblos capaces de bailar el paloteo como hacían sus abuelos. Dicen que la electricidad y la gasolina están acabando con las costumbres de antaño. Puede que sea cierto. La electricidad permite otros sonidos nuevos y la gasolina nos conduce a otros pueblos y otras ferias. Dicen… pero ya veremos… Eran reflexiones que se hacía delante de nosotros Macario Zalama.

—Dulzaineros, desde luego, no salen nuevos. Esto lo sabe usted, nos decía Macario, y los que quedamos, pocos y averiados. A mí me fallan los dedos por culpa de la reuma y del trabajo. Y, si toco en mi pueblo o en Cigales y fallo, la gente lo sabe. Por eso no salgo fuera. En Mucientes y en Cigales estoy como en familia y me saben perdonar las faltas.

Macario Zalama, después de más de cincuenta años en activo, con la música y con su oficio de carbonero (que aprendió de los carboneros de Puente Duero), nos contaba su desesperación porque, aunque el entusiasmo no envejece, las manos sí. Y los dedos anquilosados le juegan, de cuando en cuando, una mala pasada.

—Es una verdadera lástima –nos decía resignadamente– pero ha de ser así. El tiempo no perdona.

Y un mal día se lo llevó

Los mucenteños amantes de las tradiciones y gustosos de mantener las fiestas y costumbres en sus más viejas esencias, años después de la muerte de Macario, reunidos en la casa de Carlos Duque, nos contaron cosas que aquí incluimos. 

Aunque tengan poco peso folclórico, lo tienen emocional y nostálgico. Por ejemplo, si seguimos la pista a la caja que tocó Valentín Bastardo, se sabe que fue manejada después por Eduardo Alonso Centeno. Que cuando la música de la dulzaina estaba en decadencia –la “década infame” de la posguerra– los bailes de salón en los días de fiesta estaban amenizados por una orquestina con acordeón –que aquí, en Mucientes, gusta mucho– y que traía “El Palillo”, un músico gallego vecino de Valladolid. Que durante unos años una nueva generación de dulzaineros tomó el relevo de Macario en Mucientes. Pablo Herrero y Felipe Panedas,  con Araceli Martínez, esposa de Pablo, como redoblante, con garbo y entusiasmo sobrado, además de los paloteos que les legó Macario, tocaban jotas tan populares y conocidas como “Los Labradores”, “La Serranita” o “La Perra”.

En una página necrológica publicada por “El Norte de Castilla”, escribía Felipe Panedas sobre el buen humor y el sencillo, generoso y desinteresado carácter de Macario Zalama, de sus ganas de sacar adelante dos proyectos culturales para el pueblo: la fiesta de los gallos (que se haría realidad tres años después) y la comedia en la Ronda; y de la última visita que le hicieron al dulzainero vecino. “Al día siguiente, dieciséis horas después, se fue, casi sin avisar”.

El profesor y poeta cigaleño Abelardo Conde Chiné, al conocer el fallecimiento de Macario Zalama «hombre bueno, querido por todos…», le dedicó unos versos que hasta ahora han permanecido inéditos. Esta es la composición original, a puño y letra del poeta:

Raimundo de Blas Saz, pintor y poeta

Soy momento de luz y criatura.

Soy en el aire: vida, fuego, trino.

Seré quietud. Silencio en mi llanura.

Castilla (fragmento). Raimundo de Blas.

Raimundo de Blas Saz nació en Mucientes el 25 de mayo de 1910, en el seno de una familia muy modesta donde su padre era jornalero temporero. Apenas cursó enseñanza elemental, pero su precoz habilidad para el dibujo no pasó desapercibida y con solo doce años ingresó en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid donde ejercía de profesor su paisano Luciano Sánchez Santarén. Aunque al cabo de dos cursos dejó los estudios, no se desvinculó del todo de la Escuela, llegando a servir de modelo en las clases de dibujo y pintura. En 1940 cobró 48 pesetas de la Diputación de Valladolid por ocho sesiones de posado en los ejercicios convocados para la concesión de becas de pintura y escultura.

En su primera juventud intentó, sin mucho éxito, ganarse la vida como boxeador. La ciudad de Segovia sería testigo de algunas de aquellas andanzas: el 8 de diciembre de 1927, Raimundo se enfrentó en el Café de la Unión al bilbaíno José Hernández, en la categoría de peso pluma. Ambos se dispensaron toda clase de golpes y «preciosas y rápidas esquivadas y un juego de piernas movidísimo» (El Adelantado, 9.12.1927), el combate fue declarado nulo. Veinte días después, en el teatro Juan Bravo, los púgiles volverían a encontrarse, disputando seis asaltos de dos minutos; venció Hernández a los puntos. El 13 de enero del año siguiente celebraría una nueva velada, esta vez en peso ligero a cuatro asaltos, contra Leonardo Sánchez. El 16 de febrero se anunció la revancha entre De Blas y José Hernández en el Salón el Pensamiento; el bilbaíno volvería a vencer.

Algunos biógrafos aseguran que Raimundo de Blas hizo también sus pinitos en la Compañía de Federico Casado «Caracolillo», bailarín gaditano trece años más joven que él.

En la decada de los cuarenta, de Blas ya vivía en La Flecha, a media legua de Valladolid. Trabajaba la tierra en una finca agrícola a medio camino entre la capital y su nueva residencia, primero como peón y más tarde como encargado de personal y responsable de regadío. Ejerció también ocasionalmente como pintor-decorador. No muy convencido y, según él, «más que nada llevado por las hijas, que van siendo mayores», en marzo de 1958 retornaría a la ciudad de Valladolid.

Nunca abandonó sus dos verdaderas vocaciones: la pintura y los versos. Con poco más de treinta años obtuvo el primer premio de poesía en el concurso «Arte hacia la fama», que organizaba Radio Valladolid en el teatro Carrión. En 1947 publicó sus «Campos de Castilla» en dos partes: «Ansias de paz» y «Estampa campestre». La primera se la dedicó «A la noble villa de Mucientes» y la segunda a los hermanos Fernández Zúmel (el uno torero, el otro eminente cirujano).

La caminata hasta Madrid

El domingo 21 de marzo de 1954 se presentó en el teatro Lara de Madrid «porque me animaron y costearon el viaje unos amigos» (Pueblo, 2.05.1958), para participar en el VIII ciclo «Alforjas para la poesía». Recitaron composiciones propias, entre otros, Gerardo Diego, Agustín de Foxá, José García Nieto y «el poeta labriego Raimundo de Blas, llegado a pie desde Valladolid para tomar parte en la fiesta de la poesía» (Hoja del Lunes, Madrid. 22.03.1954 p.3). La anécdota andariega fue ampliamente difundida por la prensa nacional, La Vanguardia (Barcelona, 23.03.1954 p.7) contó algunos detalles de aquella aventura: «[Raimundo de Blas] es el poeta que más conoce quizás la primavera, porque es un campesino de Valladolid que no dejó las labores de la tierra porque haga versos. Desde su tierra ancha de trigales vino a esta tierra de asfalto andando, dándole la mano a una hija suya de 13 años, que era algo así como una primavera campesina. Raimundo de Blas se trajo también una corona, no de laurel, sino de trigo, para colocarla en la tumba de algún poeta muerto». El viajero había salido el día 14 de La Flecha, dividiendo el camino en siete etapas. Su intención inicial, no sabemos si cumplida o no, era ofrecer un recital en cada localidad donde hiciera noche. Además, se había provisto de una especie de «Compostela», donde los ayuntamientos del recorrido sellaron su paso por cada localidad. De Blas alargó su estancia en la capital varios días más, fue entrevistado en radio y televisión, leyó poemas en la Casa de León, en el Ateneo de Madrid -el miércoles 24, presentado por Josefina Carabias- y depositó la corona de seiscientas espigas en la tumba del poeta José Luis Hidalgo.

En abril de 1955, participó de la parte lúdica del Congreso de Trabajadores de Castilla, ofreciendo «un delicado recital de composiciones suyas» en el Gran Teatro de Burgos. El 11 de septiembre, De Blas protagonizaría la audición XIX de las «Mañanas de la Biblioteca», histórica convocatoria literaria que se celebró durante décadas en la Casa de Cervantes. A partir de entonces, su presencia en aquel escenario sería constante, repitiendo en octubre de 1960, audición LXXVII; septiembre de 1961, audición XCV; julio de 1962, audición CXIV…

En mayo de 1956 subió al escenario del teatro Carrión de Valladolid para homenajear a Ángel Velasco Montoya, fundador de Amigos del Teatro y Amigos de la Zarzuela. El 16 de mayo del año siguiente, el diario Libertad le dedicaría su sección «poetas vallisoletanos».

En 1958 es nombrado vocal del Centro Coordinador de Bibliotecas de Valladolid, en representación de la Organización Sindical. Formaba parte por entonces de la «Unión de Nuevos Autores», un colectivo nacional que en su delegación vallisoletana contaba con poco más de una docena de miembros –entre ellos José Luis Martín Descalzo, Carlos Martín Manjarrés o Carmen Isabel Santamaría– que se reunían los domingos a media mañana en la cafetería «Yust Ferrari», en un sótano cedido por su propietario Eloy Yustos Giralda. Llegaron a publicar la revista Pandora, donde Raimundo de Blas figuraba como director. El primer número –y seguramente único– fue presentado como proyecto en el teatro Carrión el 7 de abril de 1957 y salió de imprenta en enero del año siguiente.

Raimundo de Blas en 1958 (Foto Mamegam)

En 1963 obtuvo el premio «Presidente Mañanas de la Biblioteca» por su poemario «Horizontes de Castilla». En 1964 publicó «Peregrino del amor». [En la web del CEIP Raimundo de Blas, de Arroyo, hay selección de poemas que puede descargar aquí]

Retornar a la pintura

Tras un paréntesis de cuarenta años, en 1960 vuelve a matricularse en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, donde estará dos cursos. Retoma los pinceles con una pasión y una producción desenfrenada: «dieciséis exposiciones individuales (San Sebastián, Valladolid, León, Vitoria, Madrid), una cincuentena de concurrencias a muestras colectivas provinciales y nacionales…» (ABC. Madrid, 26.04.1975 p.123). Semejante presencia hace que su nombre circule en las secciones de arte de los periódicos con insólita frecuencia. Notables críticos especializados escribieron sobre su obra: Ortega Coca, Corral Castanedo, Victoriano Cremer, Emilio Salcedo, Ruiz de la Peña… [Puede consultar una recopilación de exposiciones y premios aquí, y de críticas aquí (lamento no conocer el nombre del autor del trabajo)].

Mucientes

En 1972 consigue la medalla de plata y 2.500 pesetas (15€) en el XI Concurso de Pintura de la Obra Sindical de Educación y Descanso. Un año después, en el mes de febrero y con el título «pintura castellana», expone en la galería Delta, de la madrileña calle de Fuencarral.

Arboleda (1972)
Tierras y bodegas de Mucientes (1973)

Su obra volverá a la capital en abril de 1975, cuatro meses antes de la muerte del pintor, con 34 lienzos de paisajes colgados en la galería Capitaine. El catálogo fue prologado por Antonio Corral Castanedo. El diario ABC (Madrid, 26.04.1975 p.123) le dedicó la sección «La exposición de la semana», con cuatro fotografías de sus cuadros y una columna biográfica.

ABC, 26.04.1975
Raimundo de Blas en el catálogo de la exposición celebrada en San Sebastián en 1971
Raimundo de Blas, por José David Redondo.

Raimundo de Blas falleció a los 65 años, el 22 de agosto de 1975. Un mes después, el 28 de septiembre, la «Mañana de la biblioteca» celebró su sesión DLXXXVIII en el Teleclub de Mucientes, como «homenaje a la obra de Raimundo de Blas y al paisaje de los Torozos, que la hizo posible» (Libertad, 29/09/1975, p 6).

La desaparecida Asociación Cultural Albillo, de Mucientes, le dedicó su II Semana Cultural en agosto de 1983. En 1984, el ayuntamiento de Arroyo de la Encomienda acordó dar el nombre Raimundo de Blas a su centro escolar en La Flecha «como reconocimiento no sólo a su obra artística, sino a la labor que desarrollaba dando clases de alfabetización para adultos por las noches» (web del colegio). En 2015, parte de su producción poética fue rescatada y leída por Francisco Monge en la Casa Museo de Zorrilla, en Valladolid.

Felipe Panedas. Mucientes, 15.12.2020

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http://ceipraimundodeblassaz.centros.educa.jcyl.es/sitio/index.cgi?wid_seccion=2

Folleto de la exposición celebrada en las Salas Municipales de Arte de San Sebastián del 21 al 30 de noviembre de 1971

Dibujos y pinturas inéditas de Luciano Sánchez Santarén [I]

En el mes de enero se cumplieron 75 años del fallecimiento del pintor y académico Luciano Sánchez Santarén (Mucientes, 1864 – Valladolid,1945). Por desgracia, 2020 no ha sido un año propicio para recordatorios públicos como habría sido oportuno y estaba previsto, pero no quiero que finalice el año sin dedicarle uno de mis “trabajos en curso”.

Unas cuantas pinturas inéditas de su mano y la puesta en valor de algunos de sus dibujos pueden contribuir a conocer mejor al artista pues, sin duda, su faceta de dibujante es la más ignorada de su personalidad a pesar de la larga dedicación que tuvo como maestro de esta asignatura.

Dibujos para pinturas
Gracias a más de una centena de dibujos, de formato muy reducido, que el artista guardó como recuerdo de sus días de juventud y aprendizaje, y a varias libretas de apuntes suyos que los descendientes han sabido conservar, se puede seguir el proceso creativo de algunas obras de pintura tal como puede comprobarse en algunos de los ejemplos que ahora presento1.

Discípulo de la madrileña Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado obtuvo en ella diversas recompensas en las asignaturas de Antiguo y Ropajes, Composición y hasta un premio de 500 pts. en Colorido. Incluso antes de finalizar sus estudios participó en varias exposiciones locales (Lérida, 1883; Zaragoza, 18862; Valladolid, 1890) y nacionales como las de Bellas Artes de 1884 y 1887.

En esta última participó con un óleo titulado Vista de la villa de Mucientes (36 x 95 cm)3, de la que no se vuelve a tener noticia. Pero aunque no sea de aquella fecha, al menos en otra ocasión se entretuvo dibujando a lápiz en una de sus libretas la silueta o el perfil de su pueblo natal, contemplándolo desde la carretera que conduce a Villalba de los Alcores para captar el modesto caserío de su pueblo natal apiñado en el tramo comprendido entre el castillo arruinado y el templo parroquial de San Pedro. Una vista de conjunto y un detalle de ella quizás le bastasen para tener siempre a mano los recuerdos de su infancia. Además de estos apuntes mucenteños dibujó a tinta una Vista de la iglesia contemplada desde el palomar de Salamanqués, al suroeste del casco urbano.

En su cuadro El entierro de santa Leocadia, pintado antes de 1898 por encargo del médico y erudito toledano don Juan Moraleda Esteban (1857-1929), conocido solo gracias a una fotografía y del que se ignora su paradero, efectuó todo un ejercicio de invención iconográfica para satisfacer el interés hagiográfico del cliente4. Debió de dar muchas vueltas a este tema pues varios dibujos suyos ofrecen otra versión muy diferente, mucho más atrevida y compleja que la final.

En 1890 acudió a la exposición de bellas artes organizada por el Círculo de Calderón de la Barca, de Valladolid, destinada solo a pintores y dibujantes castellanos. En esta ocasión presentó un cuadro titulado Los condes de Ansúrez examinan los planos de la iglesia de la Antigua5, hoy en el Ayuntamiento de Mucientes.

La crítica estimó que “el total del cuadro resulta frío” y su ejecución “precipitada”, apreciaciones muy injustas como se puede comprobar por dos dibujos preparatorios que demuestran su preocupación por estudiar y preparar la composición, que resolvió finalmente en una historia más íntima.

En otra ocasión publiqué foto de un cuadro, obtenida hacia 1953 por Nemesio Montero en el Oratorio de San Felipe Neri, que titulé Mártires del Japón, utilizándola como ilustración de un artículo dedicado a este templo. Entonces no pude concretar nada más sobre el asunto representado ni sobre su autor ya que nadie sabía dónde se encontraba la pintura a pesar de su gran tamaño, por lo que me limité a indicar que podría tratarse de una obra de José Martí y Monsó6.

Como puede comprobarse por la fotografía, el cuadro se colgó en el crucero del evangelio, entre dos lienzos del Credo apostólico, y allí se mantuvo hasta que en 1958, en junta celebrada por la Congregación de San Felipe Neri, se habla sobre suprimir algunas pinturas de su templo “dada la abundancia de cuadros que ocultan los paños de la iglesia, si no todos, entre ellos uno grande que destaca entre los demás donado hace 65 años a la iglesia por las Hermanas de la Caridad con motivo de un triduo para festejar la canonización de un santo”7.

El perseverante empeño y la fortuna han permitido desvelar el asunto representado por el pintor cuya autoría en ningún momento se menciona. La escena del martirio situada en un ambiente oriental, a juzgar por los caracteres físicos y atuendos de los integrantes de la historia pintada, podría hacer creer que el mártir protagonista fuese alguno de los jesuitas o franciscanos que murieron en aquellas lejanas tierras de misión.

En realidad se trata del sacerdote francés Juan Francisco Regis Clet (1748-1820), miembro de la Congregación de la Misión de san Vicente de Paúl, que fue martirizado en China. Beatificado el 17 de mayo de 1900 por León XIII, las Hijas de la Caridad anunciaron que, con tal motivo, el 26 de noviembre se celebraría en Valladolid, en el templo de San Felipe Neri, un solemne triduo en su honor y en la misa solemne de las 10 h. de la mañana “después del Gloria, se descubrirá el cuadro del Beato”8, de lo que se deduce que fue esta comunidad de religiosas la que encargó la pintura.

El tiempo transcurrido no solo había borrado el recuerdo de quién era el representado, lo cual resultaba lógico por tratarse de un beato francés sin arraigo en el ambiente religioso local, sino que incluso se había olvidado el año exacto en que las Hermanas de la Caridad habían donado la pintura ya que no fue en 1893 sino, naturalmente, en 1900.

Del cuadro no se vuelve a saber más hasta que en el buscador web de Google y bajo el nombre de Martirio del beato Francisco de Regis Clet, aparece reproducido en distintas páginas de la Congregación de la Misión, de los hermanos Vicencianos o Lazaristas9, sin indicar dónde se encuentra ni tampoco mencionar a su autor. Pero, sin duda, es la misma pintura que estuvo en el templo de San Felipe Neri de Valladolid.

Faltaba por averiguar el autor y, a juzgar por dos dibujos de Sánchez Santarén la obra le tiene que pertenecer. Ambos son preparatorios para este cuadro apreciándose en ellos alternativas, dudas y cambios que se cristalizaron en la versión final de la composición. En realidad, pueden considerarse como dos etapas intermedias, una más avanzada que otra; tampoco se sabe si utilizó alguna idea previa ajena o su inventiva se apoyó exclusivamente en relatos sobre la muerte por estrangulamiento en el patíbulo padecida por el beato francés.

Un cuadrito que, anteriormente titulé Mendigo, en realidad, es un estudio de figura masculina; representa a un individuo de cierta edad, sentado sobre el poyo de piedra de una puerta. Su aspecto no ayuda a reconocer el papel social del individuo retratado pero su actitud, de cierto abandono, llamaría la atención al pintor que se detuvo a dibujar su figura y después a trasladarla al lienzo10.

Una de las obras más conocidas es su Bautismo de Cristo, de la iglesia parroquial de San Miguel, de Valladolid. Encargado por el activo párroco don Anastasio Serrano para acompañar la pila bautismal, el artista lo firmó y fechó en 190311. En su composición volcó todos sus sentimientos religiosos; interpretó el bautismo de Jesús como un acto de recogimiento interior, suprimiendo hasta la concha habitual, con la Paloma posada sobre la cabeza del Señor y acompañando a los dos protagonistas de siluetas de ángeles en la misma devota actitud.
Conozco hasta cuatro dibujos relacionados con esta misma composición, de los que presento ahora los más interesantes y novedosos. El primero parece incluso el autorretrato del pintor, actuando como modelo para encuadrar la figura de Jesús, mientras que el otro reproduce de espaldas la hermosa figura del Bautista en una disposición que no utilizó en la versión pictórica final.

Otro dibujo, será preparatorio para el lienzo del Bautismo que conserva en el baptisterio de la parroquial de Mucientes, mucho más sencillo que el de Valladolid y de cronología posterior.

Ya se ha dicho que tanto el simbolismo que emana de la escena como su concepción general poseen un evidente parentesco como las obras del movimiento pictórico nazareno de mediados del siglo XIX. Además, en esta pintura, están muy presentes sus dotes de anatomista, su interés por el dibujo y sus cualidades de buen colorista12.

También en la ermita de Nuestra Señora de la Vega, de Mucientes, se conservan dos pinturas religiosas de Sánchez Santarén: Jesús dormido en la barca (1936) y Descendimiento de Cristo, o mejor, El llanto sobre Cristo muerto13. De este último tema, entre los dibujos del artista hay tres –dos a lápiz y otro a tinta- que, sin duda, son preparatorios o se pueden relacionar estrechamente con la composición de este cuadro.

Dibujos de historia
La primera obra suya, con argumento histórico, de la que se tiene noticia la pintó en 1883, cuando contaba 19 años, y estaba inspirada en un episodio de la historia de Lugo. Su composición narraba el momento en que la reina doña Urraca, al ver amenazado su trono por las huestes de su segundo esposo Alfonso el Batallador, rompe a llorar ante el obispo don Pedro II y el conde Ovéquez e implora protección a Nuestra Señora de los Ojos, patrona de Lugo, prometiendo importantes donaciones a su iglesia. Fue premiada en el concurso celebrado aquel año por la Academia Bibliográfica Mariana de Lérida14.

La elección del tema no debió ser caprichosa. La estancia en aquella ciudad gallega junto a su hermano paterno José Sánchez Saravia, que trabajaba como administrador diocesano de don José de los Ríos Lamadrid obispo de la diócesis entre 1857 y 188415, le animaría a representar tal asunto devoto ocurrido en Lugo el año 1112. Sin duda, también le aconsejarían participar el propio obispo y su maestro Leopoldo Villamil (1841-1885).

Después de una estancia en Toledo16, en donde conocería al pintor zaragozano Pablo Gonzalvo (1827-1896) marchó a Madrid para continuar sus estudios en la Escuela especial de Pintura, Escultura y Grabado a la que asistió entre 1882 y 1891. Allí recibió enseñanzas de artistas tan destacados como Carlos Luis Ribera, Dióscoro Puebla, Carlos Haes, Luis Madrazo, José Parada Santín o Pablo Gonzalvo, entre otros.

Entre sus amigos y compañeros se hallaban Garnelo, Martínez Abades o García San Pedro y las clases de figura, ropajes, colorido y composición en esta institución serían fundamentales para su formación. De sus dibujos sobresale un grupo de apuntes hechos con gran rapidez, en los que solo plantea el esquema de un argumento, y otros más abocetados realizados con mayor detenimiento. En todos se aprecia su agilidad, su nervio, su imaginación, y su manera de trabajar con valentía, amplitud y capacidad de desarrollo. También se adivinan sus titubeos por las diferentes versiones que maneja de una misma composición.

Temas extraídos de la historia sagrada, asuntos clásicos, motivos de la historia medieval o moderna, permiten comprobar que tuvo que adquirir una preparación literaria y un equipaje de modelos y fuentes gráficas que le ayudaron a desenvolverse con comodidad en la agrupación de figuras interpretadas con soltura y situarlas en amplios escenarios. Sin duda se trata de ejercicios de clase, sometidos al temario habitual de las asignaturas, que permiten comprobar los progresos en su formación académica.

De algunos de estos dibujos, hechos a lápiz o pluma, de pequeño tamaño, sobre papel de diferente contextura y color, se puede reconocer el argumento del asunto tratado gracias a tener alguna inscripción o leyenda. Incluso, unos pocos están fechados y firmados con sus iniciales (L.S.S.).

Su cronología debe corresponder con la de los ejercicios académicos en sus últimos años de su paso por la Escuela, obteniendo medallas en los exámenes de Dibujo del antiguo y ropajes (1883/84), Anatomía (1884/85), Dibujo de paisaje (1886/87), Pintura de historia (1887/88), Colorido (1888/89 y 1890/91) y Composición (1888/89 y 1890/91)17.

En marzo de 1888 se encuentra fechado y firmado el titulado El tonel de las Danaidas o Belides, hijas las primeras del rey Dánao personajes de la mitología griega condenadas eternamente a llenar de agua un tonel sin fondo que por obedecer a su padre dieron muerte a sus maridos. [Ver https://demucientes.wordpress.com/2023/01/16/el-tonel-de-las-danaides-una-obra-no-catalogada-de-luciano-sanchez-santaren/]

De la historia sagrada representó en dos versiones diferentes, una más acabada que otra, el episodio en el que Salomón sale al encuentro de su mujer la hija del rey de Egipto; Josué en la batalla contra los reyes de Canaán deteniendo el sol; e igualmente el

Triunfo de Mardoqueo, primo de la reina Esther esposa de Asuero al que libra de una conjura mortal y en recompensa le viste como un rey y le hace montar en su propio caballo. El dibujo está preparado con una cuadrícula como si fuese a trasladarse a formato mayor.

En 1889 fecha y firma (L. Sánchez S.) el titulado Derrota de Atila, presentando sobre el mismo papel dos versiones muy sumarias y distintas18. La cita literaria que le acompaña, tomada de la Historia de Cataluña, de Víctor Balaguer, aclara el episodio representado: la coronación de Turismundo ante el cadáver de su padre el rey Teodoredo muerto en 451 durante la batalla con Atila en los campos Cataláunicos

De tanteo embrionario puede calificarse el titulado Jura de Santa Gadea, mientras que los dedicados a Dª Berenguela despidiéndose de Alfonso IX y de su hijo niño San Fernando, y la Entrada de San Fernando en Sevilla

ofrecen un estado creativo mucho más avanzado si bien están resueltos con técnicas distintas, el primero a lápiz y el segundo a tinta con trazo muy fino como es habitual en su forma de trabajar cuando utiliza pluma.

Estos y casi todos sus dibujos los realizó con una economía de medios asombrosa. Sus composiciones las resuelve en un formato muy reducido casi como si fuesen miniaturas a pesar de la complejidad de planteamientos formales o ambientales, tan bien construidas que, como se ha dicho, hablan de su soltura y capacidad.

En su dibujo Cisneros rechaza la mitra de Toledo representó el momento en que el franciscano Ximénez de Cisneros comparece ante la reina Católica y se entera del breve pontificio de Alejandro VI nombrándole obispo de Toledo. Cisneros respondió abandonando palacio y no aceptó la mitra hasta que el pontífice le ordenó obligada obediencia en 1495.

Faltan por dar a conocer otros cuantos dibujos, indudablemente de tema histórico, aunque no se pueda identificar el asunto tratado en ellos por carecer de elementos suficientes para reconocerlo; entre ellos destaca uno que parece aludir a una ceremonia religiosa celebrada en un gran interior donde una pareja, acompañada de un nutrido séquito, se arrodilla ante un obispo revestido de pontifical. El amplio desarrollo de la escena permite sospechar un destacado empeño por crear una composición compleja en la que la arquitectura o la escenografía juegan un papel destacado.

Los argumentos de otros, me resultan menos reconocibles pese a ser historias compuestas con numerosos personajes y rodeadas de importantes ambientaciones. La escena del primero simula suceder en el patio de un palacio en el momento en que un personaje llega con su séquito y presenta sus respetos y regalos a una mujer, quizás, una reina, acompañada de sus servidores.

El segundo representa un enlace matrimonial de gran despliegue compositivo y el tercero posee un esquematismo y complejidad mayores. El apiñamiento de las figuras agolpadas al paso de un cortejo, la presencia de banderas y la confusión provocada por las arquitecturas insinuadas y lo que parece un palio o toldo, impiden aventurar el argumento o historia a la que se refiere.

El acabado más preciso de un cuarto dibujo permite reconocer su composición formada por un grupo de personas que acompaña a una señora que, en pie y flanqueada por dos figuras infantiles, contempla un féretro o ataúd colocado en el suelo. Quizás, su argumento pueda relacionarse con la historia de la reina Juana de Castilla ante el cadáver de su difunto esposo recordando incluso el cuadro de este mismo asunto pintado por Francisco Pradilla.

Pese a todos estos ensayos académicos, lo cierto es que Sánchez Santarén no tuvo muchas oportunidades de pintar cuadros de historia. Cuando concluyó su carrera comenzaban a soplar nuevos vientos en el arte. De hecho, su cuadro ¡Qué será de nosotras! (1892), con el que obtuvo mención honorifica su más importante reconocimiento público19, anuncia un cambio de actitud en su repertorio temático.

Su pintura El sillón del conquistador (Mucientes. Colec. part.) quizás una vanitas, dedicada a su hermano Pepe, o su Vencido y prisionero (1897. Ayuntamiento de Valladolid) serían quizás las últimas veces que trató temas de este tipo. Su ingreso en la docencia, a partir de 1893, y la clientela de carácter religioso de la que se rodeó condicionarían su posterior producción, dedicada en gran medida a temas devotos y sobre todo al retrato y a la pintura de naturaleza muerta, bodegones, flores y frutas.

Ayudante numerario de Dibujo de Figura de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid desde 189320, entre 1900-1907 se encargó también de la cátedra Aplicaciones del Dibujo artístico a las Artes Decorativas. Nombrado en 1911, por ascenso, Profesor de término en la asignatura Concepto del Arte e Historia de las Artes decorativas21 de la que se ocupaba interinamente desde 1907, fue encargado de cátedra de Dibujo artístico y Elementos de Hª del Arte; además de Secretario (1925) y Director (1931) de la Escuela, cargo en el que se jubilaría tres años después22.

Por tanto no tuvo mucho tiempo para seguir participando en concursos. Las últimas ocasiones las empleó en las exposiciones nacionales de 1895 (nº 1086, Dos hermanos, 66 × 43 cm, p. 186), 1901 (nº 1005, Un estudio, 24 × 30 cm, p. 131) y, por último en 1904 (nº 1297, Estudio, 23 × 29 cm, p. 72).

Pinturas y dibujos de asunto religioso retratos y otros
A sus ya conocidos cuadros de temática religiosa San Leandro acompañado de sus hermanos Fulgencio e Isidoro da la comunión a Florentina (Colec. part.), los que pintó en 1900 para la iglesia de la Compañía de María (Colegio de la Enseñanza) San Pedro revela al padre Bordes que la beata Juana Lestonnac fundaría la orden y El cardenal Sourdis impone el velo a la beata y a sus compañeras23; o el del Martirio de san Quirce y santa Julita (1911, igl. de San Quirce)24, se pueden añadir otros dos que, asimismo, deben pertenecer al mismo momento en que pintó el de san Leandro. En uno representó la historia bíblica de El joven profeta Daniel detiene la lapidación de Susana, difamada por los viejos y en el otro La presentación del cadáver del apóstol Santiago ante el prefecto romano de Duyo. Son composiciones pobladas de personajes, con fondos de arquitecturas y estudios de manchas de color que expresan en su factura una etapa juvenil.

Más tardío y absolutamente fuera de tiempo, pintado seguramente para satisfacer a su amigo el canónigo don Cipriano Fernández Hijosa25 es el que representa a San Cipriano implorando la divina misericordia (40 x 60 cm; Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción), firmado en 1934”.

Entre sus dibujos se puede señalar algunos otros relacionados con pasajes de la vida de Cristo: La mujer adúltera o Jesús expuesto al pueblo (Ecce Homo).

Y no podía faltar una representación devocional tan arraigada en Valladolid desde el siglo XVIII, y especialmente celebrada en 1923, como la del Sagrado Corazón de Jesús. En su dibujo presenta la figura de cuerpo entero de Jesús mostrando en su pecho su ardiente corazón. Otro asunto muy reiterado en sus dibujos fue el de los seres angélicos, inclinándose siempre por representar alados adolescentes, estilizados, elegantes y vestidos con túnicas blancas de alto talle en diversas actitudes: volando, sujetando la custodia sacramental, sosteniendo el escudo del pontífice, orando, con la lanza y la esponja, revestido de casulla sacerdotal, etc. Son muy similares a los que aparecen en su Ángelus, a los del diploma del cardenal Cos, o a los que acompañan a una Santa franciscana en su gloria (2 × 1,50 m. Colec. Diputación de Valladolid, nº 284).

También se pueden considerar bocetos para composiciones de cierto empeño una Virgen entregando el rosario a Santo Domingo, y una Virgen del Pilar con Santiago a sus pies, que parten de esquemas muy similares.

Su interés por el género del retrato se inició con un dibujo, entre infantil y caricaturesco, que hizo de su maestro Leopoldo Villamil pintando ante el caballete y cuyo Autorretrato, conservado en el Museo de Lugo, copió Santarén (37 × 26 cm; Valladolid. Colec. Part.) unos años más tarde.

De auténticas miniaturas dibujadas a lápiz o acuarela, puede considerarse una serie de retratos de familiares, niños o personajes desconocidos, que forman una verdadera galería de sentimientos y ternuras ampliable con los que ya se conocían de su querida hija Adela retratada en 1901, el magnífico de Jacoba Matilla, sinfonía de tonos negros y grises, el del cardenal Cascajares (1898), el del profesor de música Baldomero Latorre (1884)26, José de los Ríos Lamadrid, obispo de Lugo (Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción)27, el de Alfonso XIII (Universidad. 1917) y tantos otros28, como los que tardíamente realizó de los padres agustinos Luis Pérez (1846-1910), obispo de Changhteh (China), firmado en 1927; Zacarías Martínez (1864- 1933), que lo era de Santiago de Compostela, fechado en 1933; y Sotero Redondo (1868-1935), obispo de Iquitos (Perú), firmado en 1939, su última obra fechada conocida, los tres conservados en el Colegio de los Agustinos Filipinos de Valladolid.

De su faceta como dibujante, tan personal e interesante, habría que recordar además otras creaciones que no estuvieron pensadas como preparatorios para pinturas sino que tuvieron otra motivación.

En alguna ocasión sus dibujos se utilizaron en programas de mano, como una “preciosa alegoría” que se distribuyó durante la sesión de 1892 con la que la Universidad de Zaragoza conmemoró el descubrimiento de América29; dibujos para diplomas, como el que se concedió en 1906 al músico y compositor Cipriano Llorente por su Trova árabe, de Zorrilla30; o para algún cartel anunciador de El Carnaval, el Congreso Nacional Cerealista de 192731 o el del Sindicato católico de obreros mineros españoles.

Debió pensar en ilustrar la edición de algún libro de asunto mariano con representaciones alusivas a Nuestra Señora de la Antigua, de Sevilla; la Virgen de los Desamparados, de Valencia, o la Virgen de la Cinta, de Tortosa. En 1898 preparó una propuesta de portada para el monumental libro Estudios Histórico Artísticos, escrito por don José Martí y Monsó, e, incluso, realizó diseños para medallas conmemorativas, como la del I Congreso catequístico nacional de 1913.

La revista barcelonesa La Hormiga de Oro reprodujo en 1912 un pergamino que la Comisión diocesana de Música Sagrada de Valladolid entregó al cardenal arzobispo José M.ª Cos realizado por Sánchez Santarén. Pintado a la acuarela “suelta de factura y agradabilísima de colorido”, fue calificada como “obra de arte originalísima”.

Simulaba un marco de hierro viejo, con clavos y bisagras artísticas ostentando en la parte superior un medallón con la catedral y, a sus lados, grupos de ángeles de los distintos coros celestiales imitando en relieve figuras metálicas. En la parte central estaba muy bien simulado el pergamino con la dedicatoria al prelado y las firmas de los integrantes de la comisión”32.

Entre sus dibujos y acuarelas llama también la atención la presencia de unos cuantos dedicados al paisaje urbano entre los que se identifican, además del templo de Mucientes ya citado, la catedral, la iglesia de La Antigua, el Hospital del Rosarillo, en Valladolid, o la catedral de Santiago de Compostela, todos hechos con pulcritud y precisión.

De los que se podría considerar como meros estudios, puede destacarse varios dedicados a soldados con su equipo de campaña33, un cañón de artillería ligera, alguna escena cinegética, etc.

Como obra singular dentro de su abierto catálogo puede considerarse la bandera “que ha sido pintada en seis días por el notable artista D. Luciano Sánchez Santarén”, regalada en 1902 por doña Manuela Rizo a la tuna Escolar Vallisoletana.

La noticia permite identificar esta bandera con la que conserva la colección del Museo de la Universidad de Valladolid (MUVa) y de la que hasta ahora no se sabía ni procedencia ni autoría. En esta obra están reunidos el interés que siempre sintió el pintor por la música coral, por la juventud y por la enseñanza.

Para concluir esta nueva aportación a su vida y producción resulta también oportuno insertar aquí la evocación que de la figura y personalidad humana realizó el escritor F. J. Martín Abril, publicada en la prensa dos días después de su fallecimiento: “Pocos hombres logran llegar a la vejez con las facultades intelectuales frescas y con esa ‘gana de vivir’ propio de la juventud y de la madurez. D. Luciano Sánchez Santarén, ese pequeño viejecito que se nos ha marchado de la vida un día de invierno crudísimo, era una figura popular en Valladolid que, a pesar de sus años, se nos mostraba siempre con una alegría de buena ancianidad. ¡Qué ilusión tenía D. Luciano frente a todos los acontecimientos del mundillo cultural vallisoletano! Era un poco Lionel Barrymore, con su andar pausado, de hombre que sabe dar tiempo al tiempo, con su bastoncillo negro, su bufanda gris, su cigarrillo en la mano, y un tanto tembloroso. Nos parecía que don Luciano nos hablaba desde un mundo más tranquilo que el nuestro, ¡y siempre sonriente! Era la suya sonrisa de buena paz, guiñando mucho aquellos ojillos del pintor inteligente, curioso, tradicional. No faltaba D. Luciano a las juntas de la Coral Vallisoletana, ni a las excursiones, por lejanas que éstas fueran, en las que se portaba como un mozo de treinta años. Había que madrugar, pues el primer en levantarse era D. Luciano. Había que acostarse tarde, pues D. Luciano trasnochaba. Nos hacía el efecto de que apoyado en su bastoncillo y con el cigarro en la boca, podía este anciano aguantar cualquier régimen de vida por duro que éste fuese. Parece que le vemos a nuestro lado en un banquete celebrado recientemente. ‘¿Otra copita de coñac, Martín Abril? Los jóvenes bebemos coñac’. ¡Qué bueno y qué ingenuo era D. Luciano! ¡Cuántos amigos tenía! ¡Qué de discípulos deja! Nunca molestaban sus frases, porque siempre sabía decir al interlocutor cosas agradables, y todo ello con la naturalidad del hombre de sensibilidad afinada. Pero D. Luciano se nos escapó, como sin dar un ruido, por el caminito blanco de la muerte. Nos imaginamos que nos dice adiós, ya desde muy lejos, mientras se esfuma apoyado en su bastoncillo ‘¡Adiós, D. Luciano!’ Descanse en la Eternidad34.

Precisamente una fotografía de don Luciano acompañado por algunos de sus alumnos en su clase de dibujo de figura, tomada en el Palacio de Santa Cruz, parece demostrar el mutuo afecto que se tenían. Por sus aulas vio desfilar a muchos y a algunos les vio triunfar como verdaderos artistas.

Al enterarse, sentiría la muerte prematura de Pablo Puchol o de Tomás Argüello pero, sin duda, consideraría como propias y bien ganadas las medallas que recibieron sus discípulos Arteta, García Lesmes, Moisés Huerta o Miguel Nieto.

La bienvenida que le dedicó a Aurelio García Lesmes en su entrada a la Academia vallisoletana trasluce el sincero orgullo sentido por el maestro35. Con nuestro recuerdo en este aniversario hacemos también patente la admiración sentida por su vocación artística y docente.

© Jesús Urrea. Valladolid, 12.11.2020

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  1. Agradezco a D.ª M.ª Victoria de La Fuente Sánchez, nieta del pintor y buena amiga, y a su familia, las facilidades que me dieron en su día para estudiarlos.
  2. Exposición aragonesa de 1885-1886. Catálogo de los expositores premiados. Real Sociedad Económica de Amigos del País, Zaragoza 1888.
  3. Por entonces vivía en la madrileña calle Desengaño, 12, 3º, cfr. Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887, Madrid, 1887, p.179, nº 746,
  4. J. MORALEDA ESTEBAN, Santa Leocadia, virgen y mártir. Memoria histórico-arqueológica ilustrada, Toledo, 1898, p. 15. Reproducido en Toledo, revista de Arte, 135, 1919, p. 178; P. J. MARTÍNEZ PLAZA, “El entierro de santa Leocadia de Cecilio Pla”, Boletín del Museo del Prado, 47, 2011, pp. 134-147.
  5. El Norte de Castilla, 1-X-1890 y La República, 3-X-1890, p. 3.
  6. J. URREA, “El oratorio de San Felipe Neri de Valladolid”, BRAC, 1998, pp. 11-23.
  7. A. REBOLLO MATÍAS, Historia de la venerable congregación de San Felipe Neri y Nuestra Señora de la Presentación de Valladolid, Valladolid, 2020, pp. 98-99.
  8. El Norte de Castilla, 26-XI-1900.
  9. https://docplayer.es/68320064-San-francisco-regis-clet-cohermano-misionero-martir.html
  10. J. URREA, Pintores vallisoletanos del siglo XIX, Cat. exp. Valladolid, 1987, p. 17.
  11. J. URREA, El pintor Luciano Sánchez Santarén (1864-1945), Cat. exp. 1983, p. 19. Agradezco la foto a D. Jesús Losa Hernández.
  12. Su discípulo Valentín Orejas (1893-1957), inspirándose en esta obra pintó otra versión en 1942 para el templo parroquial de Nuestra Señora del Carmen, de Las Delicias.
  13. C. DUQUE, Mucientes: Historia y Arte, Valladolid, 1997, pp. 182 y 184.
  14. Narciso PEINADO GÓMEZ, Lugo, monumental y artístico, 1962, p.101.
  15. Sobre la relación entre ambos, cfr. F. PANEDAS, https://demucientes.wordpress.com/2020/05/10/el-curioso-caso-del-extranamiento-del-obispo-de-lugo-en-mucientes/
  16. Su tía y madrina, D.ª Florentina Benita Sánchez Matía, era comendadora de Santiago en el convento de Santa Fe de Toledo. Murió en 1887, cfr. El lucense, 24-I-1887, p.3
  17. Universidad Complutense de Madrid. Libro de Actas de la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado, 1882-1902, cfr. https://eprints.ucm.es/50793/1/LIBRO%20176-2-compressed%20%281%29.pdf. En 1892 formó parte de la comisión de alumnos para representar a la Escuela en el directorio escolar madrileño, cfr. La Unión Católica, 13-X-1892, p. 3.
  18. V. BALAGUER, Historia de Cataluña, 7ª,1ª pte, p.103, lib.1.
  19. Catálogo Exposición Internacional de Madrid, Madrid, 1892, nº 1148 (1,10 × 0,70 m), p. 108; y medalla de plata en la Exposición Regional de Lugo, 1896, cfr. Catálogo general de expositores y premios de los juegos florales y certámenes musicales, Lugo, 1896; El regional, diario de Lugo, 21-VIII-1896, p. 2; La Tierra gallega, 25-X-1896, p.2.
  20. Se presentó a la cátedra de Dibujo del Antiguo y Natural de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona (Gaceta de Instrucción Pública, 5-X-1893, p.3 y 25-XI-184, p. 8), Málaga (1894) y a la cátedra de Antiguo y Paisaje, de Madrid, (GIP, 30-VI-1898, p. 7 y 15-XI-1899).
  21. Madrid científico, 1911, p. 20, con un sueldo anual de 3.000 pts.
  22. Con 40 años, 9 meses y 5 días de servicio; tenía un sueldo anual de 11.000 pts.
  23. C. GONZÁLEZ GARCÍA-VALLADOLID, Valladolid, sus recuerdos y grandezas, Valladolid, I, 1900, p. 746. Se conserva un dibujo preparatorio para el último.
  24. J. J. MARTÍN GONZÁLEZ y F.J. DE LA PLAZA SANTIAGO, Monumentos religiosos, II, 1987, p.189.
  25. Penitenciario de la catedral desde 1917 a 1946.
  26. El Diario de Lugo, 14-IX-1884.
  27. Los PP. Escolapios conservan en Monforte de Lemos otro retrato suyo del obispo, de cuerpo entero y sentado, a los que agradezco su foto; en 1884 pintó otro para el Ayuntamiento de aquella ciudad, cfr. El Diario de Lugo, 10-IX-1884.
  28. Alfonso XIII (1915), José Muro López, Luis González Frades (1917), los tres retratos en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción.
  29. También hizo un retrato de Colón, calificado como “obra de mérito del joven pintor”, cfr. La Unión Católica, 18-XI-1892.
  30. Litografiado por Emiliano Díez; J.B. VARELA DE VEGA, “La zarzuela Don Juan Tenorio”, BRAC, 37, 2002, p. 132.
  31. El Sol, 8-VII-1927, p. 8.
  32. La Hormiga de oro, 9-I-1912, p. 15.
  33. En 1921 envió a la exposición celebrada por el Ayuntamiento, con el fin de obtener fondos para “las colaciones del soldado”, un cuadro titulado La despedida del soldado, obra “de verdadero mérito”, cfr. El Norte de Castilla, 13-XII-1921.
  34. El Norte de Castilla, 13-I-1945.
  35. “Ingreso en la Academia de Aurelio García Lesmes y bienvenida de Luciano Sánchez Santarén (12-V-1934), BRAC, 2014, pp. 119-122.

Cementerios de Mucientes

El más antiguo conjunto funerario medieval del que hay constancia en Mucientes es el que rodeaba a la desaparecida iglesia de san Miguel. En la vieja necrópolis, que estuvo en uso entre los siglos X y XIV, se encontraron estelas funerarias discoideas enterradas en una amplio contorno.

Estela procedente de san Miguel


Aquel templo de extramuros, 300 metros al sur del actual casco urbano, sería lugar habitual de enterramiento (al menos para el “tercer estado”) hasta finales de la Edad Media. La lejanía del núcleo habitado cumplía con la norma vigente desde tiempos visigodos, confirmada en el siglo XIII por el Fuero Juzgo de Fernando III “el Santo”, que prohibía el enterramiento en las iglesias y sus alrededores si estaban en el casco urbano.
La perdida de peso de aquel templo que mudó de nombre en el XVII pasando a advocarse de san Antón, llevó aparejado un olvido tan profundo que incluso llegó a excavarse todo un conjunto de bodegas por debajo del nivel de los enterramientos.

Bodegas excavadas bajo los enterramientos de san Miguel (imagen año 1969)


En 2018, el derrumbe de una de esas bodegas dejó al descubierto varias tumbas de piedras de laja con restos óseos en su interior. El entorno está inventariado en el catálogo arqueológico de Castilla y León como yacimiento ‘San Antón I’.

Iglesia de san Pedro
En el mes de septiembre del año 1255, el infante Alfonso de Molina reúne al Concejo en la cabecera de la iglesia de san Pedro. La Carta de deslinde generada tras aquel encuentro es la primera mención escrita del templo principal de Mucientes, entonces un edificio de estilo románico.
Con la entrada en vigor a mediados del siglo XIV de las “Siete Partidas” de Alfonso X el Sabio, se relaja la prohibición de enterrar en los templos recuperando algunos acuerdos del Concilio de Toledo del año 792, que permitía “soterrar” en las iglesias a nobles y eclesiásticos, privilegio que, en la realidad, nunca había dejado de practicarse.
En el año 1410 García Fernández Sarmiento se hace con el señorío de Mucientes. Su sucesor, Diego Pérez Sarmiento, primer conde de Santa Marta, es enterrado en la antigua iglesia de san Pedro en 1466. Allí pide ser enterrada también su Mujer, Teresa de Zúñiga “la triste y deshonrada y desheredada”, trágicamente asesinada en 1470 en Ribadavia.

Con el nuevo edificio ya construido y tras no pocos pleitos (incluyendo la exhumación de algunos antepasados en 1567), los condes de Ribadavia se hacen con la propiedad de la capilla mayor en 1608 y la convierten en su panteón funerario.
Desde el siglo XV y en los cuatro siguientes, el interior del templo parroquial y sus alrededores serán lugar habitual de inhumación El atrio, en sus lados sur y oeste, estaba cerrado por muros de piedra, puertas y cadenas que pendían de pilares que se conservan. Todavía hoy los más viejos del lugar siguen nombrando esa parte del atrio como “el cementerio”.

Cementerio municipal
Durante el reinado ilustrado de Carlos III se demuestra el vínculo existente entre los enterramientos en las iglesias y las enfermedades y epidemias tan frecuentes en la época. El rey firmó el 3 de Abril de 1787 una Real Cédula que obligaba a todas las poblaciones de España a alejar extramuros sus cementerios como método de prevención sanitaria.
En un ejemplo perfecto del tipismo español, la tradicional resistencia popular a aceptar cualquier novedad, interesadamente alentada por el estamento eclesiástico –que perdía una importante fuente de ingresos–, fueron dilatando, cuando no impidiendo, la aplicación de la Cédula.
El actual de Mucientes empieza a construirse en el año 1820, junto a la ermita de la Virgen de la Vega, con piedra procedente de la demolición de los restos de la iglesia de san Miguel.
En 1855 se agranda el recinto por la pared norte del templo. En los años treinta del siglo pasado se acometerá una nueva ampliación, esta vez por el sur, en un terreno cedidos por Ignacio Escudero.
El 20 de diciembre de 1936 se vende la primera sepultura a un particular, en el «lugar junto a la higuera, lindando pared maestra de la ermita…»
El precio por la concesión no se fijará hasta el año siguiente: 37,50 pesetas el m2 (0,23 €). La corporación municipal irá actualizando las cantidades: 50 pts en 1943 y 100 en 1957. Ese mismo año se unificará la medida de la unidad de enterramiento a 2 x 1,5 m y se establece un precio de 400 pts por sepultura; en 1966 subirá a 650 pts y en 1976 a 1.500 pts (9 €).

Con el cementerio prácticamente saturado, en 2005 el ayuntamiento compra dos parcelas contiguas para su ampliación. Cinco años después, con proyecto del arquitecto Pablo Puente y un presupuesto de 96.700 €, se ejecutan las obras junto al muro sur, incorporando 60 nuevas fosas sobre 550 m2.

Felipe Panedas. Mucientes, 02.11.2020

Muz nentis nomine

Manuel Mañueco, paleógrafo, y José Zurita, canónigo de la catedral de Valladolid, dieron a conocer entre 1917 y 1920 casi trescientos documentos de los siglos XI, XII y XIII, que habían pertenecido a la antigua iglesia colegial de santa María la Mayor y que ellos interpretaron, comentaron y transcribieron pacientemente hasta completar y publicar en tres tomos una investigación devenida en imprescindible para entender el medievo pleno de la ciudad de Valladolid y de buena parte de su provincia.

El documento XVIII del primer tomo es la «carta de donación de una capilla y tres solares en torno a ella, otorgada por los condes D. Pedro y Dña. Elvira á nuestra santa Iglesia en 18 de septiembre de 1114». Ese pergamino, de 49,03 x 20 cm, escrito en letra de transición, hace mención a un «monasterio llamado de santa María», en la villa del alfoz de Simancas «Muz nentis nomine». Muz nentis es hoy Mucientes y el monasterio de santa María es la actual ermita de la Virgen de la Vega.

El texto es la primera referencia escrita del lugar de Mucientes. El conde Pedro Ansúrez y su segunda esposa, Elvira Sánchez, hacen constar la entrega de unas propiedades a don Salto, abad de la iglesia colegial fundada en Valladolid quince años antes, que serían destinadas a la gloria de santa María Baladonensi, «rarísima forma adjetiva para designar la colegiata de Valladolid» (Mañueco y Zurita). La colegiata ascendería a la categoría de catedral en el año 1595.

El documento original se conserva en el archivo catedralicio. Carlos Duque publicó en 1997 la traducción al castellano que le hizo el catedrático de latín Tomás García de la Santa:

XPS [Christus]
En el nombre de Él que lo creó todo. Nosotros en cambio pobrecitos y oprimidos por la mole de los pecados, los siervos de Cristo el conde Pedro hijo de Assur, y la condesa Elvira hija de Sancho, hemos ganado muchas heredades en diversos lugares entre los cuales la reina doña Urraca, hija del rey Alfonso, nos concedió por cartas la villa del alfoz de Simancas llamada Mucientes. Pero al inspirarnos la gracia del Espíritu Santo que habla por boca de su profeta diciendo: Señor tuyas son todas las cosas y te damos lo que hemos recibido de tu mano. Por tanto, hemos decidido por voluntad espontánea y por el remedio de nuestra alma y de la de nuestros padres dar al señor Dios y a su madre siempre Virgen Baladonensi y al abad don Salto o a sus sucesores el monasterio llamado de Santa María en dicha villa de Mucientes: ese monasterio está bajo el camino. Finalmente lo damos con tres o cuatro solares en su contorno para que tengan licencia de poblarlo los que sirvan allí y no más, y con cuánto pertenece a ese monasterio de tierras, de viñas, de prados, de huertos, de montes, de fuentes, con todo lo que allí existe y con todas las salidas y regreso suyo para que siempre sirva a Santa María Baladonensi y nunca se le separe. Además, cualquiera que de los próximos o de los extraños quisiera quitar esta limosna nuestra del señor Dios y de su madre, sea entregado a la venganza por el mismo Dios en este siglo y sea condenado en el futuro juicio. Y si lo intentaré, pague muy sólidos de oro a Santa María Baladonensi.
Firmada la página de la donación en las XIIII Calendas de octubre era MCL segunda con el auxilio de Dios. Urraca reina, hija del rey Alfonso, juntamente con su hijo el rey Alfonso que reina en Galicia, en León y en Castilla […]
Martín, escribano del conde Pedro Ansúrez, lo anoto en Cabezón.

Traducción: Tomás García de la Santa y Casanueva, en Carlos DUQUE HERRERO: Mucientes: Historia y Arte, Grupo Página, 1997, p. 214.

Una curiosidad: aquellas tres primeras letras «muz» que había trazado el escribano Martín en el siglo XII, son desde hace años el pictograma identificador de Mucientes. El ayuntamiento optó por ese símbolo en vez de «inventarse» un escudo, en la esperanza de encontrar algún día el sello que el concejo mandaba colgar desde el siglo XIII en sus documentos «en testimonio de verdad».

Felipe Panedas. Mucientes, 19.09.2020

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La transcripción del documento original puede verse en: Documentos de la Iglesia Colegial de Santa María la Mayor (hoy metropolitana) de Valladolid.Manuel MAÑUECO VILLALOBOS y José ZURITA NIETO. Sociedad de Estudios Históricos Castellanos. Valladolid, 1917, t. I., pp. 95/98.